En la madrugada del jueves, las tropas rusas traspasaron la frontera con Ucrania y han comenzado un rápido avance hacia el interior del país. Putin, a pesar de afirmar hace apenas unos días que estaba retirando efectivos, ha hecho justo lo que venía afirmando que haría el gobierno de Estados Unidos. Y con ello, nos ha introducido en una nueva era cuyas consecuencias seguramente irán mucho más allá del impacto en las relaciones comerciales internacionales.
Para empezar, los mercados de capitales han registrado fuertes pérdidas, encabezados por el de Moscú, que ha tenido que cerrar para evitar un desplome mucho mayor. Inmediatamente, las materias primas han comenzado a calentarse, sobre todo los cereales y la energía. Unos mercados aún afectados por los problemas de congestión en las cadenas de suministro globales. En suma, este conflicto viene a complicar la ya de por sí dificultosa recuperación de los efectos de la pandemia de COVID-19 en todo el mundo y a incrementar la incertidumbre de forma exponencial.
Putin nos ha introducido en una nueva era cuyas consecuencias seguramente irán mucho más allá del impacto en las relaciones comerciales internacionales
La jugada rusa
En el campo geoestratégico, el movimiento de Rusia es una clara provocación a EE. UU. y sus socios, y si logra hacerse con el control del país en pocos días, será seguramente un éxito desde el punto de vista territorial. Después de eso, y desde una posición de fuerza, sería relativamente sencillo para Putin negociar una devolución parcial del territorio ganado a un nuevo gobierno ucranio y anexionarse los territorios separatistas. Si se sale con la suya, a buen seguro que China tomará nota de ello y acrecentará su presión sobre Taiwán. Volveremos a un mundo de bloques en el que el muro se establecerá no ya entre capitalismo y comunismo, sino entre democracias y autocracias, como señalaba hace unos días Francisco Ferraro.
Pero, desde la perspectiva económica, la guerra no sería tan corta. El movimiento de reflujo globalizador que produjo la crisis de 2009 se vería intensificado, lo que implicaría que muchas de estas cadenas se reorganizarán –China sería la principal víctima, toda vez que en los últimos años ha mostrado también un perfil más autoritario y se ha alineado con Rusia–.
Dado que nadie quiere enfangarse en una guerra en Europa, y mucho menos contra una potencia nuclear, hay que esperar que la respuesta consista en fuertes restricciones económicas, siendo el embargo comercial (o el bloqueo) una de sus principales manifestaciones. El hecho de que Rusia sea uno de los principales suministradores de gas al centro de Europa, puede que no le sirva para suavizar el castigo, comenzando por la propia suspensión de dicho suministro. Es cierto que esa restricción también genera fuertes daños en la economía europea, particularmente en la alemana. Pero también lo es que esta restricción pueda terminar acelerando el proceso de descarbonización de la economía de la Unión.
Dado que nadie quiere enfangarse en una guerra en Europa, y mucho menos contra una potencia nuclear, hay que esperar que la respuesta consista en fuertes restricciones económicas
Flujos comerciales afectados
Situados ya en el escenario del bloqueo comercial, podemos valorar el impacto en los intercambios. España mantiene sendos déficits comerciales con Ucrania (866 millones) y Rusia (3.820 millones). Con Rusia, este viene provocado por la compra de combustibles (5.000 millones en 2021); con Ucrania, el origen es más variado aunque dos tercios de nuestras importaciones derivan del sector agroalimentario: cereales, principalmente maíz (35,2 %) y aceite de girasol (27,3 %).
Si nos centramos solo en la balanza del sector agroalimentario, podemos ver que con Rusia mantenemos un estrecho superávit con una tendencia decreciente que arranca en 2012, dos años antes de que Rusia vetara las frutas y hortalizas de la UE en sus mercados. Con Ucrania el déficit mantiene una tendencia claramente creciente, habiendo llegado a situarse en dos ocasiones por encima de los 1.100 millones. Como ya hemos mencionado, las compras españolas se centran en cereales –de los que somos tradicionalmente deficitarios y aceite de girasol-. Por desgracia, si se interrumpe el comercio con este país a causa de la guerra, tendremos que buscar suministradores alternativos y, casi con toda seguridad, tendremos que pagar un precio mayor.
Fuente: Datacomex |
En 2021, Ucrania compró productos españoles por un importe de 681,8 millones de euros, de los que 174,9 millones pertenecían al sector agroalimentario, un 25,7 % del total. En los últimos años, este porcentaje ha permanecido más o menos estable en torno al 25%. El primer capítulo agroalimentario en ventas es el de pescados y crustáceos (34,9 millones en 2021), por detrás de vehículos (110,7 millones), maquinaria (55,6 millones) y combustibles (51,6 millones).
En lo que a Rusia se refiere, el peso de las exportaciones agroalimentarias en el total es claramente decreciente, llegando al 11,1% en 2021. Fueron apenas 245 millones sobre un total de 2.213 millones. Las exportaciones españolas a Rusia tienen orígenes muy variados, aunque los principales capítulos vendidos son maquinaria, ropa y complementos y coches.
Fuente: Datacomex |
En resumen, aunque no son socios comerciales relevantes, lo cierto es que el papel como suministradores de combustibles, en el caso de Rusia, y de cereales, en el caso de Ucrania, puede complicar aún más la escalada de los costes en nuestro tejido productivo.
Ojalá estas líneas apresuradas terminen siendo innecesarias y que mis vaticinios queden en nada, pero mucho me temo que, a corto plazo, el mundo en el que vamos a vivir va a ser mucho más estrecho y peligroso.