Productores de ajo extremeños buscan tierras fuera de la Comunidad
Los ajeros de Aceuchal tratan de rentabilizar las plantaciones y buscan parcelas nuevas con agua fuera de la región.
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El ajo quiere agua y tierra nueva. Si es virgen mejor. Hay que dar con explotaciones que no hayan enterrado nunca el bulbo. Desgasta tanto el suelo que conviene rotar, como mínimo, cada dos años. Aunque tampoco garantiza la cosecha.
Par evitar las plagas y arrancar en mayo ajos de categoría extra hay que emigrar a terrenos inexplorados. Los horizontes se han ampliado con la profesionalización y a estas alturas hay agricultores con plantaciones a doscientos kilómetros, en comarcas de Ciudad Real.
Carlos Dobalo es el gerente de la cooperativa El Ajero de Aceuchal. Sesenta socios y cinco millones de kilos de media cada campaña. La cooperativa puso los cimientos de la modernización. Surgió en 2003 para unificar producciones y comercializar juntos. Ahora llevan a la otra parte del mundo sus cosechas.
El gerente habla de dos elementos claves para sobrevivir en un mercado dominado por el ajo chino: la semilla y la tierra. La climatología no la pueden controlar. Nadie está a salvo de que en la víspera del corte una tormenta arruine la producción. Pero siguen empeñados en dar con una semilla sana y resistente a los virus y en trabajar sobre las parcelas más apropiadas.
En este modelo de producción hay quien decide plantar cuarenta o cincuenta hectáreas en Ciudad Real. Para ocho o nueve, aclara el gerente, no merece la pena desplazar maquinaria, alquilar una casa y moverte con regularidad hasta otra comunidad autónoma. Pero se trata de productores profesionales que prefieren no arriesgar en la rotación.
Todo esto lo han aprendido en Aceuchal tras varias décadas conviviendo con un cultivo minoritario. Representa un caso único en el panorama nacional. Castilla-La Mancha, con Albacete y Cuenca, lidera el ranking de zonas productoras. En Andalucía se reparte por la provincia de Córdoba y en la zona norte entre Segovia y Zamora. Extremadura apenas aporta, pero el poco que se pone se concentra por completo entre agricultores un mismo pueblo, lo que le convierte en el motor económico de sus cinco mil vecinos.
Los más de doscientos productores se aglutinan en dos cooperativas y casi una veintena de almacenes. Carlos Dobalo destaca la dimensión social que no se ve. En la planta de El Ajero, por ejemplo, trabajan una media de ochenta trabajadores todo el año. En campaña hay picos que superan los 130. En la mayor parte empleo femenino.
Fuente: Hoy Extremadura