El sector agroalimentario afronta un cambio estructural muy relevante en el que entran en juego aspectos como la digitalización, la robotización, la transición ecológica y la integración en las cadenas de valor, con objeto de asegurar una adecuada rentabilidad para los agricultores. Este cambio requiere de la incorporación de jóvenes profesionales con nuevas capacidades y, sobre todo, con la ilusión de ser protagonistas en un sector estratégico y vital para la sociedad. Sin embargo, para que los jóvenes se interesen e impliquen en el necesario relevo generacional en torno a la agricultura, el ejercicio de su actividad profesional tendrá que ser compatible con un desarrollo personal que integre, asimismo, aspectos como la vida familiar y los intereses personales.
Es cierto que, en los últimos años, se viene tomando una mayor conciencia social acerca de la importancia del sector agroalimentario y la necesidad de producir alimentos de calidad y de garantizar su suministro a los consumidores. No es preciso recordar que, en España, el relevo generacional en el sector primario está considerado como una cuestión esencial y uno de los mayores desafíos a futuro, junto a la brecha de género, la transición tecnológica y el impacto medioambiental, según recoge el Plan Estratégico de la Política Agraria Común (PAC) 2023-2027.
En nuestro país, con los últimos datos disponibles, el 41% de los propietarios de fincas agrícolas son mayores de 65 años, mientras que sólo el 4% tiene menos de 35 años. De ahí la importancia y la necesidad de conjugar ambos factores: por un lado, articular medidas que faciliten el acceso a la tierra a los productores más jóvenes y, por otro, proporcionarles los medios necesarios para que su actividad sea viable, en forma de financiación y ayudas en condiciones ventajosas y herramientas digitales.
En paralelo a estas medidas, se requieren también otro tipo de actuaciones a medio y largo plazo. Por un lado, cambiar la percepción errónea que una parte de la sociedad sigue teniendo de la agricultura, a la que, tradicionalmente, se la ha considerado un sector atrasado, de trabajo manual y sacrificado, poco rentable y sometido a riesgos climáticos y de mercado. Sin embargo, la realidad está cambiando y lo cierto es que en el campo hay cada vez más tecnología y, hoy día, una gran parte de las labores más complicadas se han mecanizado. Existen procedimientos, sistemas y herramientas suficientes para minimizar los riesgos y cada vez hay más redes de jóvenes que pueden compartir sus experiencias y asumir proyectos conjuntos que contribuyen a dinamizar el sector.
El otro aspecto estratégico consiste en mejorar la rentabilidad de quienes se dedican a la agricultura. Probablemente, este sea el principal factor que condiciona e impide la incorporación de jóvenes y mujeres al campo. De hecho, sabemos que las agriculturas más dinámicas y emprendedoras son aquellas que cuentan con una participación mucho mayor de estos dos colectivos. Para resolver esta situación hay que facilitar el acceso a explotaciones de una suficiente dimensión, hay que ayudarles a que inviertan en nuevas tecnologías y hay que promover que se asocien y puedan llevar a cabo los procesos de transformación y comercialización de sus producciones.
Roberto García Torrente es director General de Sostenibilidad y Desarrollo Agroalimentario de Grupo Cajamar