Dedicada a la obtención de variedades vegetales, principalmente de frutos rojos pero también de espárrago, aguacate, endivia o ajo, el grupo tiene un segundo eje de negocio que es “la producción de la plántula pequeña que se entrega directamente a los agricultores” y un tercero, que es el apoyo técnico “porque cada variedad tiene su manejo” y hay que ayudar al agricultor, explica.
De acuerdo a los datos del consejero delegado, Planasa cuenta con 4.000 empleados, está presente en 25 países y tiene 225 variedades registradas, “que requieren entre 8 y 10 años para su desarrollo”.
En una entrevista, Brinkmann subraya que se trata de un negocio mundial, con un 50 % del negocio en América y un 45 % en Europa, y el objetivo de llegar al 5 % en China.
En este sentido, y respecto a la expansión internacional del grupo, señala que “ha crecido mucho en México, Perú o California” en los últimos tres o cuatro años, y que el foco también está puesto en Sudáfrica, Zimbabue o Zambia.
Y cita como ejemplo que en México alcanzan ya entre el 25 y 30 % del mercado de la frambuesa, y en España y Marruecos, en torno al 25 %.
Brinkmann pone en valor la situación de Planasa –que crece un 15 %, mientras el resto del sector se sitúa en el +3-4 %, de acuerdo a sus cifras- y asegura que “no hay ninguna actividad” en cuanto a la venta por parte de Cinven, operación que se preveía para final de 2022 y que se paralizó por la situación económica global.
“Hay mucho interés, pero no hay necesidad de vender ahora mismo; además de que es un ambiente un poco difícil en cuanto a la financiación”, afirma.
Respecto a la investigación de nuevas variedades -en la que Planasa ha invertido 25 millones de euros en los últimos 5 años-, el CEO detalla que además del desarrollo de aquellas más resistentes a la sequía y las plagas, el siguiente paso es trabajar en la mejora de la durabilidad, especialmente para reducir el desperdicio en la distribución y el consumidor.
El tercer objetivo, “ya que estamos orientados a la agricultura, es mejorar la productividad” y por tanto la rentabilidad, explica.
Según Brinkmann, “esos son objetivos a corto y medio plazo; a largo plazo la pregunta es si en 10, 15 o 20 años vamos tener producción en suelo o si todo será sustrato, hidroponía o invernadero”.
Y remarca que la hidroponía no sólo tiene futuro porque al no haber suelo se reduce el uso de fitosanitarios y no hay impacto sobre la tierra como recurso, sino que además mejora las condiciones laborales para la cosecha, una cuestión que pone sobre la mesa porque se trata de un sector en el que la falta de mano de obra es uno de sus desafíos actuales.
Retos a los que se suman el alza de los costes de la energía y el sustrato, la logística o los fertilizantes, ‘inputs’ que requieren tanto Planasa como los agricultores que cultivan a partir de sus variedades vegetales.