Uno de los peores escenarios que puede haber en los cultivos de frutales es que exista una helada primaveral cuando los árboles florecen o cuando inician la fase del cuajado del fruto. Esto mismo es lo que sucedió entre el 3 y el 5 de abril de 2022 en el Valle del Ebro, cuando las temperaturas llegaron hasta -6 ºC durante la madrugada, junto a unas condiciones de humedad relativa baja. Las consecuencias fueron devastadoras para la producción frutícola de Lleida, ya que coincidió con el cuajado de los melocotoneros y perales y la floración de los manzanos. Algunos estudios recientes apuntan a que los daños por las heladas primaverales dejarán de ser esporádicos y cada vez serán más frecuentes como consecuencia del cambio climático. La tendencia global marca que los inviernos son cada vez más cálidos y la floración de los cultivos se avanza ―en algunos casos, entre 5 y 10 días respecto a la media habitual―, dejando los árboles más expuestos a sufrir heladas. Sin embargo, «el cambio climático hace que no haya un patrón fijo y que los cultivos sean más susceptibles a cambios; por ejemplo, este año los frutales han florecido más tarde porque el frío de febrero los frenó», explica Luis Asin, jefe del programa de Fruticultura del IRTA.
Los expertos del IRTA han estudiado los sistemas que se utilizaron el pasado año y plantean diversas recomendaciones para conseguir la máxima eficacia en caso de que se presente un nuevo episodio de helada primaveral. El especialista del programa de Fruticultura Miquel Peris explica que «hay diferentes medios para hacerle frente a las heladas y cada uno tiene varios aspectos a considerar, por eso debemos seguir estudiando los sistemas más efectivos y explorar la posibilidad de combinar algunos». Un aspecto fundamental es estar muy pendiente de las previsiones meteorológicas para saber cuándo hay más riesgo de helada. En términos generales se puede hablar de “heladas blancas” cuando existe una elevada humedad en el ambiente que hace que con el descenso de las temperaturas el vapor de agua se condense primero en forma de rocío y en forma de escarcha si se reduce por debajo de la temperatura de congelación, lo que da el color blanco característico de los cristales de hielo sobre las superficies. Se llaman también «heladas de radiación» y son las más frecuentes en la región mediterránea. Por otra parte, las «heladas negras» suceden cuando la humedad relativa es baja, hay viento y el descenso de la temperatura es muy brusco. Las llaman así porque cuando se dan no se produce rocío ni escarcha. Éstas son las más peligrosas y las más difíciles de contrarrestar.
En cualquier caso, el punto de partida para que la defensa contra las heladas sea un éxito es tener buena medida de la temperatura. Por eso, es imprescindible disponer de termómetros, tanto secos como húmedos, en buen estado, calibrados y con una escala de lectura correcta. En condiciones de helada negra, la temperatura del termómetro húmedo es inferior y por eso es ésta la que hay que tomar como referencia para poner los sistemas de defensa en funcionamiento, especialmente aquellos que utilizan agua.
- Sistemas de defensa basados en aplicar agua por encima de las plantas
Este sistema consiste en aplicar agua de forma continuada por encima de las plantas mientras se está produciendo la helada mediante la aspersión o la microaspersión. El agua, mientras se hiela, libera calor en el ambiente y hace que la temperatura de los órganos mojados suba por encima de la temperatura ambiente con el objetivo de que sea más alta que la temperatura crítica —aquella por debajo de la que se producen daños en la planta que dependen de cada especie y estado fenológico.
La temperatura marcada por el termómetro húmedo será la que indicará el momento de arranque del sistema, que se situará por encima de la temperatura crítica. Este diferencial depende del tipo de helada y del sistema de riego. Normalmente puede estar entre 1 y 3 ºC pero es un parámetro variable según las casuísticas. Teniendo en cuenta que cuanto menor sea el caudal de agua que puede aportar el sistema de riego, antes será necesario poner en marcha el sistema. También hay que tener presente que los sistemas de microaspersión deben ponerse en marcha siempre por encima de 0 ºC para evitar que queden obstruidos al helarse el agua en su interior. Para que este sistema sea efectivo el agua debe aplicarse de forma continuada sin detener el sistema en ningún momento, ya que, si se detiene, la temperatura bajará de repente y las consecuencias podrían ser peores que si no se hubiera puesto en marcha. Esto implica tener las instalaciones de riego revisadas y en perfecto estado de funcionamiento, y tener preparadas las soluciones a las posibles contingencias que puedan aparecer durante la noche de helada, como equipos de reserva o sistemas alternativos. Por último, es fundamental asegurar una cantidad de agua suficiente para cubrir el período de helada y, si ésta depende de las comunidades de regantes, es necesario haber acordado previamente las condiciones de uso para evitar situaciones de interrupción del suministro durante la noche, tal y como sucedió en algunos casos en 2022.
- Sistemas basados en el movimiento de aire mediante ventiladores
Son efectivos sólo cuando hay inversión térmica, es decir, cuando la temperatura de la zona de los árboles que toca más en el suelo es menor que la del aire que está a más altura. La acción de los ventiladores hace que se mezclen las masas de aire y la temperatura alrededor de las plantas se homogeneice y aumente. El aumento máximo que se puede conseguir será aproximadamente la media de la diferencia de temperaturas entre las distintas capas de aire. Habrá que poner en marcha el sistema cuando los termómetros marquen una temperatura por encima de la temperatura crítica de los cultivos y antes de que se forme el rocío. Por eso, es importante conocer la temperatura de rocío para prever en qué momento se producirá este fenómeno.
- Sistemas basados en aportar calor mediante estufas o botes de parafina
Es el sistema más tradicional y consiste en colocar fuentes de calor repartidas por la superficie a proteger. Las fuentes de calor pueden ser botes de parafina que se encienden como una vela y pueden durar hasta 12 horas, o estufas portátiles que, por motivos económicos y ambientales, deberían utilizar biomasa como combustible. El aumento de temperatura que se producirá será proporcional a la cantidad de botes instalada y al poder calorífico del combustible empleado. Son sistemas costosos y que requieren mucha mano de obra en su manejo, por eso es necesario planificar y prever la disponibilidad del material y la del personal para ponerlo en marcha. Los puntos de calor deberán encenderse a una temperatura por encima de la crítica, teniendo en cuenta el tiempo necesario para encenderlos, así como el período de calentamiento del ambiente. Es recomendable encender primero los situados en las zonas exteriores y después avanzar de forma progresiva y repartida por toda la superficie, para que la temperatura aumente homogéneamente en toda la parcela que se quiere proteger.
Los puntos de calor se pueden distribuir de forma uniforme, reforzando las zonas exteriores. Si se tiene un buen conocimiento de la parcela es necesario aumentar la densidad de botes en las zonas más frías o por donde entra el viento. Si es posible, el sistema deberá apagarse cuando la temperatura sea claramente superior a la crítica y se tenga la seguridad de que no debe volver a bajar.