El sector agroalimentario es extraordinariamente grande y complejo y, además, de una importancia capital y creciente en el mundo. No solo porque se enfrenta a tener que satisfacer cada vez más necesidades de la humanidad con el mismo suelo y la misma agua, sino porque el grado de tecnificación que implica hacer esto de forma saludable es cada vez más exigente, tanto en cantidad como en calidad. En particular, el sector hortofrutícola es uno de los protagonistas principales de la agroalimentación, por agrupar a un gran número de alimentos con modelos de producción muy diversos, desde la producción intensiva de hortalizas y frutas de invernadero hasta el secano extensivo de los frutos de cáscara.
Frente a la tradicional incertidumbre que campaña a campaña ha afectado al sector hortofrutícola, año tras año se están sumando, cada vez más, las debidas al cambio climático, como pueden ser el incremento de las temperaturas medias, el aumento de dióxido de carbono en la atmósfera, el cambio en los patrones de lluvias o la intensificación de fenómenos meteorológicos extremos, lo cual puede afectar drásticamente la productividad de los cultivos. Esto está afectando ya a sus condiciones de desarrollo, de modo que regiones otrora muy productivas hoy lo son menos y, sin embargo, otras donde no se planteaban siquiera ciertas producciones, como por ejemplo plantaciones de vides en Suecia, se están empezando a llevar a cabo.
«Hace falta vocación por la innovación
y una mayor inversión»
Los ciclos de vida de las plantas que hace unas pocas decenas de años estaban más o menos estabilizados y en la memoria de generaciones de agricultores, ahora son más rápidos. La vegetación comienza su desarrollo cada vez más temprano, apareciendo antes la floración y las yemas de los brotes, lo cual, vuelve más indefensa a la planta ante una helada, por ejemplo. También, las hojas de los árboles se caen cada vez más tarde. Como muestra, en los vinos, el cambio climático hace que la cantidad de azúcar en la uva aumente, y que también baje su acidez comparada con la misma uva de hace 40 o 50 años en el mismo sitio. Esto provoca que el vino de esta uva tenga más alcohol, quizás un aumento de un grado o más en este periodo y menos acidez, luego se estaría hablando de “otro vino”, lo cual no es necesariamente malo. Sobre las verduras hay menos información todavía, pero en las frutas, en general, ocurre como en la uva, disminuye la acidez y, también, cambia el color, haciéndolo en general menos atractivo visualmente para el consumidor, pues no es el color esperado, naranjas menos naranja, por ejemplo.
Ciertamente, el cambio climático supone una amenaza a nuestra capacidad de producción alimentaria, sobre todo si se afronta de modo “tradicional”, debido al aumento del estrés térmico de las plantas, así como a la propagación de plagas y enfermedades. Sin embargo, también puede suponer una oportunidad para tecnificar la hortofruticultura, incorporando tecnologías de última generación, como la Inteligencia Artificial, por ejemplo. Hoy en día, mediante técnicas de agricultura de precisión, que combinan sensorística y robótica aérea y terrestre, así como técnicas de procesamiento de grandes masas de datos y visión por computador, se está empezando a tratar cada planta en una explotación de forma individualizada, atendiendo, por ejemplo, a sus necesidades específicas de fertirrigación, que pueden ser diferentes a las de otras plantas en otra zona de la misma explotación.
Esto es también de aplicación a la detección precoz y tratamiento de enfermedades, así como a la monitorización de la planta durante todo su ciclo de vida para incrementar su salud y capacidad de producción e, incluso, para saber en qué momento exacto hay que llevar a cabo la recolección, de modo que el fruto esté en todo su apogeo de peso y sabor. Estas tecnologías están ya hoy en día muy desarrolladas en España, sobre todo, desde hace más de 10 años, en el ámbito de la vid y el olivo, aunque bien es verdad que aún poco transferidas del ámbito de la investigación al sector productivo, salto que hay que dar cuanto antes mejor. Para ello, hace falta vocación por la innovación junto a una mayor inversión.
En definitiva, para adaptarse al cambio climático (no combatirlo porque es algo que no se va a poder hacer, en el mejor de los casos, hasta más allá de 2050), se ha de evolucionar hacia una hortofruticultura sostenible y resiliente. Hay que producir reduciendo la huella ambiental y logrando una mayor integración con los ecosistemas y la biodiversidad. Para adaptarse al cambio climático habrá que hacer cambios de fechas de siembra, de recolección, así como implantar nuevas variedades. Al respecto, quizás más que la alteración genética de los cultivos, interesa explotar la biodiversidad. Por ejemplo, en el caso de la vid, hay miles de variedades diferentes en el mundo; centrados en el caso de España hay más de 200 variedades, sin embargo, para su explotación comercial solo se usan unas pocas decenas.
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