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26 Mar 2025 | Actualizado 11:02

Revista del Sector Hortofrutícola

«Necesitamos todas las herramientas ya disponibles y las que seamos capaces de idear para combatir el cambio climático»

Aurora Díaz Bermúdez Investigadora Agraria 1. Centro de Investigación y Tecnología Agroalimentaria de Aragón (CITA) 2. Instituto Agroalimentario de Aragón (IA2) (CITA-Universidad de Zaragoza)

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Con los cambios cada vez más patentes en el clima a escala planetaria, son muchos los retos a los que se enfrentan en la actualidad los cultivos y, por tanto, los mejoradores y los agricultores. Algunos de los más relevantes son el incremento de las temperaturas, la mayor frecuencia, duración y severidad de eventos climáticos extremos, como las sequías o las inundaciones, el aumento de la presión por malas hierbas, la emergencia de nuevas plagas y enfermedades, etc. Cualquiera de estos problemas por sí solo resulta lo suficientemente complejo como para requerir la colaboración de expertos procedentes de distintos campos.

Por otro lado, nos hallamos ante un desafío demográfico, ya que se espera que la población mundial alcance los 9.000 millones dentro de tan solo 15 años. Para alimentar a esta población será necesario que los cultivos tengan alto rendimiento. Sin embargo, muchas variedades están alcanzando el límite de su productividad. Una forma indirecta de aumentarla podría ser disminuyendo las pérdidas, por ejemplo, con cultivos más resistentes a enfermedades y plagas y más tolerantes a condiciones climáticas adversas. Otra opción podría consistir en aumentar el valor nutritivo de los productos agroalimentarios, es decir, obtener cultivos biofortificados, de modo que no solo se haga frente a la malnutrición, sino también a la desnutrición, causada por la ingesta de alimentos con bajo valor nutricional. Esta estrategia, ya sea mediante métodos convencionales o biotecnológicos, ha demostrado ser rentable, ya que una vez superada la inversión inicial para el desarrollo de las variedades biofortificadas, las plantas son capaces de sintetizar per se mayores cantidades de los compuestos de interés sin necesidad de agregar micronutrientes externos, como se viene haciendo en el caso de la fortificación clásica con los fertilizantes.

«Con la obtención de cultivos biofortificados

se puede aumentar el valor nutritivo de los productos agroalimentarios»

Además, hay que hacer frente a todos estos retos con limitaciones en la superficie cultivable, con recursos hídricos cada vez más escasos y, tal como demanda la Unión Europea (UE), dentro de un modelo sostenible, es decir, disminuyendo el uso de fertilizantes y fitosanitarios. Todos estos factores están interconectados y sus efectos negativos se retroalimentan. Sirva como ejemplo que la degradación del suelo obliga a los agricultores a emplear técnicas que conducen a la sobrexplotación para seguir obteniendo los rendimientos deseados. Esto lleva, a su vez, a un mayor deterioro del suelo, lo que se puede traducir en una pérdida en su capacidad para absorber agua, sobreviniendo inundaciones y, como consecuencia de la eliminación de la capa superior fértil, la posterior desertificación.

Los desarrollos científicos y tecnológicos ponen a nuestro alcance multitud de herramientas que, de hecho, ya están rindiendo resultados esperanzadores en el campo de la agroalimentación. Por ejemplo, gracias al cultivo hidropónico y aeropónico vertical, se están cultivando hortalizas con un ahorro considerable de agua en sitios donde no hay disponibilidad de suelo como en Singapur, en Chicago e incluso en la Estación Espacial Internacional. El uso de fuentes de energía renovables como la geotermia está permitiendo el cultivo de productos agrícolas en zonas y épocas antes inimaginables (ej.: en Islandia a lo largo de todo el año). La monitorización de los cultivos con drones permite detectar problemas en un estadio temprano y actuar de forma localizada, lo que también supone un ahorro en recursos. Las técnicas de edición génica han supuesto una revolución, comercializándose ya variedades de cultivos (banana, tomate, lechuga, col, maíz, soja y colza) donde los caracteres mejorados de esta forma van desde aspectos de sabor, hasta el enriquecimiento en compuestos nutritivos y beneficiosos para la salud, pasando por la prolongación de la vida postcosecha. Entre las variedades pendientes de ser aprobadas se encuentran algunas con resistencia a enfermedades fúngicas como el mildiu (trigo) y con tolerancia a sequía y salinidad (soja). Estos productos se encuentran ya en los mercados de países como Estados Unidos, Filipinas, Japón y Australia, donde se les ha aplicado una normativa distinta a la de los organismos modificados genéticamente (OMGs) o transgénicos. La legislación de la UE es de las más estrictas, si bien en julio de 2023 se propuso un marco jurídico para estos cultivos que los distingue claramente de los OMGs.

Frente a problemas con tantas aristas, es difícil encontrar soluciones simples y, mucho menos, panaceas, pero parece evidente que necesitamos todas las herramientas ya disponibles y las que seamos capaces de idear en el futuro, así como hacer un buen uso de las mismas.

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