La sucesión de ofertas sobre el melón y la sandía en los lineales de la gran distribución como estrategia reclamo para atraer al consumidor está ahogando a los agricultores. Pese a que la pasada campaña en La Mancha se obtuvieron unos resultados aceptables en melón, la tónica comercial de los últimos años dificulta que el productor apueste por la tan ansiada calidad, teniendo en cuenta que no hay un valor diferencial. Ejemplo de ello es que no se está certificando producto con el sello IGP Melón de La Mancha.
Desde la cooperativa manchega Nuestra Señora de Peñarroya, que produce por campaña unas 10.000 toneladas de melón y sandía, su gerente, Ramón Lara, así lo manifiesta: “Las cadenas se llevan el 75% del producto y van a precio, por lo que un agricultor se ve obligado a cubrir costos a base de volumen y eso va en contra de la calidad”. Asimismo, Lara es consciente que el virus Nueva Delhi de 2014 marcó un antes y un después en la situación del melón, ya que no solo supuso pérdidas de cosecha, sino que salieron al mercado melones maduros pero sin sabor a causa de la enfermedad, lo que hizo mucho daño a la imagen que tenía esta fruta.
Ahora la cuestión es: ¿es posible recuperar esta calidad? En ello están inmersos cooperativas como Nuestra Señora de Peñarroya, que a pesar de la fuerza que ha ido adquiriendo la sandía sin pepita como cultivo en La Mancha, siguen apostando por el melón como producto principal. Consideran que entidades como la Lonja orientan al sector para conocer cómo se está moviendo el mercado y saber a qué precio debe vender. Y se ponen como reto principal seguir con el buen hacer en el cultivo que caracteriza a los agricultores de melones de Castilla-La Mancha, buscando un valor diferencial para su calidad.
Problemas a futuro
Esta falta de rentabilidad lleva a los agricultores a una fuga hacia otros cultivos como la vid y el almendro, que están creciendo en gran medida en la zona. Además, esta situación está provocando una falta de relevo generacional, acabando con los pequeños agricultores.