La productividad del tomate ha aumentado un 32% en los últimos 30 años
La innovación e investigación en el inicio de la cadena son imprescindibles para conseguir alimentar a una población creciente.
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Ayer se celebró el Día Internacional de las Semillas, la base de la vida, el inicio de la cadena alimentaria. El objetivo de los mejoradores vegetales es desarrollar semillas que den respuesta a las necesidades de nuestros agricultores, que luchan contra las cada vez más frecuentes plagas y enfermedades, se enfrentan a las consecuencias del cambio climático que les hace perder producciones por falta de agua, cambios bruscos de temperatura, … Pero, además, trabajamos para dar respuesta a la industria que necesita que las variedades se adapten a sus procesos de transformación como por ejemplo la producción de pastas, azúcar, fibras naturales, etc… También hay que trabajar para que los productos obtenidos no se estropeen durante el transporte, que conserven en las mejores condiciones en los lineales de los supermercados y que haya productos muy variados y que se adapten a las economías de cada familia. Y como no, trabajamos para dar respuesta al consumidor que busca variedades con una total seguridad alimentaria, disponibles en cualquier momento del año, más saludables, más sabrosas y con un precio asequible. Todos estos retos conforman nuestro día a día.
Y no olvidemos, el reto que plantea la UE con el Pacto Verde, de producir reduciendo los recursos necesarios bajo estrictos protocolos de calidad y seguridad. No podemos olvidar también que, en 2050, y según datos de la FAO seremos más de 9.000 millones de personas, así que el reto de obtener más con menos es urgente y de grandes dimensiones.
Cumplir este innumerable número de retos es posible gracias a la mejora vegetal. Según un estudio elaborado por el Instituto Cerda, gracias a la mejora vegetal, en el caso del tomate los incrementos de productividad han sido del 32% en los últimos 30. Esto ha supuesto una producción acumulada adicional entre 1990 y 2018 entre 36,4 millones de toneladas.
Son grandes avances, pero necesitamos dar más, ser más rápidos en la respuesta, con un coste menor y sin perder productividad. Y esto es posible gracias a la ciencia, que ha desarrollo las herramientas de edición genética. Estas técnicas permiten obtener nuevas variedades de forma más rápida y con objetivos más dirigidos. Recordemos que con las técnicas que se pueden usar en estos momentos se tarda en poner una nueva variedad en el mercado entre 10 y 12 de años según la especie, y tiene un coste de entre 1,5 y 3 millones de euros. Estas nuevas técnicas reducirían mucho ambos parámetros, consiguiendo así que en plazos más cortos se obtengan soluciones a enfermedades y virus que asolan cosechas, ya existen ejemplos como el trigo apto para celiacos que ha desarrollado el grupo liderado por Francisco Barros en el CSIC.
Actualmente la UE está revisando la normativa que afecta a estas técnicas, que hoy por hoy, no pueden ser utilizadas en la UE (si en un gran número de países), y esperamos que todos los actores involucrados en este proceso sean conscientes de la necesidad de desbloquear su uso en la UE y poder desplegar todo el potencial productivo que es necesario en un contexto como el actual, que no se resolverá, desgraciadamente de una manera rápida.
Es el momento de apostar también en el ámbito agrícola por la innovación basada en la ciencia, sin poner innecesarias trabas regulatorias que frenen el desarrollo en nuestro país.
Como dice nuestra última campaña dirigida al consumidor, “SOMOS VIDA: Somos de estar a las duras y a las maduras, y este es el momento de ir al grano”.