Múltiples factores, desde la creciente competencia internacional hasta problemas climáticos y económicos, han impactado negativamente en esta industria. Sin embargo, en medio de las dificultades, también se vislumbran oportunidades para aquellos que buscan la diferenciación y la sostenibilidad como claves para el futuro.
El incremento de las producciones de terceros países, con Egipto a la cabeza, lastra cada vez más a los productores nacionales, por la presión que ejercen en un mercado saturado. Esto, combinado con una disminución en la demanda debido a la inflación, puede dar como resultado precios más bajos para la uva de mesa y, en consecuencia, afectar a la rentabilidad de muchas explotaciones.
La cuestión climática y el aumento de plagas y enfermedades han complicado aún más la situación, especialmente para los agricultores pequeños y medianos, quienes son fundamentales para la agricultura territorial.
En positivo, la DOP Uva Embolsada del Vinalopó experimentó un aumento del 16% en la producción certificada. En un mercado donde la competencia se basa en la diferenciación y la sostenibilidad, es esencial centrarse en estas áreas. La inversión en I+D+i se ha convertido en una necesidad para el sector. Proyectos de investigación buscan mejorar la vida útil, avanzar en la digitalización integral y emplear tecnologías como el blockchain para certificar el origen de la producción.
Por otra parte, las empresas están trabajando en tener un suministro constante de uva de mesa durante todo el año, lo que implica la colaboración con otros países para cumplir con las demandas de los clientes. La diversificación de las variedades sigue siendo esencial para satisfacer las demandas de los consumidores. Se buscan variedades que ofrezcan valor diferencial y se adaptan a diferentes condiciones climáticas y geográficas.