La inflación es un freno importante para el consumo. Por una parte, el encarecimiento experimentado en toda la cadena de valor de todas las materias primas durante los últimos años ha sido brutal, y las empresas hemos tenido que adaptarnos a esa realidad para lograr viabilidad. Por dar algunas cifras, los bienes de uso corriente en agricultura iniciaron un ascenso exponencial en 2021 hasta alcanzar un máximo en agosto de 2022 e iniciarse posteriormente una trayectoria descendente. El año 2022 finalizó con un nivel de precios de los bienes y servicios de uso corriente (fertilizantes, piensos, etc.) superior en casi un 50% con respecto a los niveles de 2019. Hay mucho trabajo y esfuerzo detrás de cualquier alimento y trabajar a pérdidas considero que no es una opción.
Efectivamente, existen muchas trabas o condiciones que dificultan o encarecen nuestro trabajo, y aun así mantenemos los niveles de precios asequibles para la realidad que viven las empresas. Nosotros producimos alimentos saludables y luchamos por mantener los costes a raya y ser lo más eficientes posibles.
De forma paralela, el consumidor está sufriendo la situación de inestabilidad que vivimos, y tiene menos poder adquisitivo para gastar o lo hace de forma más moderada para intentar ahorrar. Así, la compra está siendo mucho más “eficiente” y se están desperdiciando muchos menos alimentos. La Administración ha tomado medidas como la reducción del 4% de IVA a los alimentos básicos, pero al final, ir en el coche a comprar te cuesta el doble que antes, por lo que no supone un alivio en la economía de los consumidores. Es una medida positiva, sí, pero insuficiente. El consumidor mira más su bolsillo y esto nos afecta a todos.
Ante este panorama, la promoción de los productos hortofrutícolas, sin duda, es fundamental y debería ser obligatoria. Tenemos el mejor producto, el más sano, el más saludable y el más sostenible y no lo comunicamos como se debería.
También la innovación puede resultar una línea para poner en valor el producto, ya que es beneficiosa en cualquier sector y no lo es menos para la fruta y la hortaliza. El problema es que la innovación conlleva un aumento de coste que el mercado en muchas ocasiones no asume o no se plantea asumir.