La guerra que se libra en Ucrania desde el pasado mes de febrero ha traído consigo dos consecuencias fundamentales para toda Europa: por un lado, un incremento de los costes de producción (fertilizantes, energía, combustible, madera, cartón, etc.) aún más importante del que ya sufríamos y que podría cifrarse en torno al 20% en toda la cadena de valor hortofrutícola; por otro, el efecto negativo del alza del IPC, que merma los bolsillos de los consumidores y, por tanto, me temo que afectará al consumo. Las compras serán más pequeñas y frecuentes, y en la cesta primarán los formatos pequeños y el granel, sin olvidar las ventas promocionales que, sin duda, aumentarán.
«Debemos adaptar nuestro modelo de negocio, actualizándolo gracias a la transformación digital»
Esta guerra ha puesto de manifiesto, asimismo, que Europa necesita estar más unida y nos ha hecho reflexionar a todos sobre la conveniencia de declarar estratégicos determinados sectores, entre ellos, la alimentación. Debemos tomar conciencia de unidad y cada país miembro de la Unión Europea (UE) poner en segundo lugar la preferencia por el producto comunitario -en primer lugar, obviamente, está el propio-. Solo así, bajo mi punto de vista, sectores como el productor y comercializador de frutas y verduras podrán tener futuro.
Una vez más, nos toca ser resilientes. Las empresas, como siempre, debemos estar atentas a nuestro entorno y, en la medida de lo posible, corregir el rumbo en función de los cambios previstos y adaptar nuestras estructuras para ofrecer la mejor respuesta frente a los imprevistos. Nuestro sector ya ha dado muestras de su gran adaptación a los cambios y a las adversidades; toca hacerlo una vez más.
En este sentido, y ante un más que probable cambio de paradigma en Europa, debemos adaptar también nuestro modelo de negocio, actualizándolo gracias a la transformación digital, informatizando procesos, introduciendo el Big Data, haciendo un uso más eficiente de la energía y recursos como el agua o abogando por la economía circular.