Vivimos tiempos turbulentos en escenarios de máxima incertidumbre. Creíamos que 2022 sería el año de la recuperación total de los niveles de 2019, pero un evento inesperado, un cisne negro, la Guerra de Ucrania, ha inundado el mundo de incertidumbre y desconfianza. Una guerra de desgaste entre Estados Unidos y Rusia, cuyo campo de batalla es Europa. La guerra ha llegado cuando las heridas de la pandemia todavía estaban abiertas: ruptura de las cadenas de suministro, desabastecimiento, disparo de los precios de las materias primas y de la energía e inicio de una inflación global; y ha abierto y recrudecido las cicatrices de la pandemia.
En España, en tan solo unos meses, hemos transitado del temor a la deflación al miedo a la inflación. En 2021, antes de la guerra, la inflación se disparó hasta el 7,6%. En mayo, el IPC subió hasta el 9,8%, el más alto de los 35 últimos años. En la Eurozona, la tasa de inflación alcanzó el 7,5%, en Estados Unidos el 8,5% y en muchos países emergentes superó los dos dígitos.
La guerra en Ucrania ha abierto y recrudecido las cicatrices de la pandemia
El error de los bancos centrales
Los bancos centrales cometieron el error de considerar que nos enfrentábamos a una inflación temporal, consecuencia del ahorro acumulado y la demanda de consumo embalsada durante el confinamiento. Un error de diagnóstico posteriormente reconocido. La realidad es que nos enfrentamos a una inflación de doble cara: de demanda y de costes.
La inflación de demanda irá remitiendo a medida que el ahorro acumulado se agote. La persistencia y gravedad de la inflación es atribuible al disparo de los costes de las empresas por el incremento de los precios de las materias primas y la energía, el encarecimiento del transporte y la ruptura de las cadenas de suministro. Como consecuencia, gobiernos y empresas están procediendo a reestructurar esas cadenas para hacerlas más seguras y resilientes mediante su acercamiento, renacionalización y diversificación, lo cual implica más tiempo, inversiones, coste y mayores precios finales.
Durante las últimas décadas, el criterio predominante ha sido producir en los países de menor coste. En el futuro, la seguridad será la protagonista e impactará sobre un mayor nivel de precios y sobre la globalización, que se verá restringida por la Guerra de Ucrania, dando lugar a cambios geopolíticos que fragmentarán los mercados globales, configurando un nuevo orden económico y político mundial, multipolar y regionalizado en dos grandes bloques.
En el futuro, la seguridad será la protagonista e impactará sobre un mayor nivel de precios y la globalización
La voraz inflación de costes
La persistencia de la alta inflación está mermando la capacidad adquisitiva de los consumidores, erosionando su ahorro y desacelerando el principal motor de la recuperación, el consumo de los hogares. La persistente inflación de costes y la dificultad de sectores como el agroalimentario para trasladarlos a precios, por su excesiva atomización y escaso poder de negociación, están reduciendo drásticamente sus márgenes, poniendo en riesgo la viabilidad de las pequeñas explotaciones. Los bancos centrales opinan que a lo largo de 2022 la inflación de demanda irá remitiendo y que la de costes perderá fuerza en 2023. En el último trimestre, el precio de los metales ha empezado a descender (-22%), pero continuarán las tensiones en los de la energía, transporte, cereales o fertilizantes.
La persistente y alta inflación está desacelerando la economía global y el temor a una próxima recesión acompañada de inflación (estanflación) se ha adueñado de los mercados financieros, que sufren fuertes caídas y gran volatilidad. La desaceleración económica se extiende por todo el mundo: Estados Unidos ha tenido un crecimiento negativo en el primer trimestre de 2022; en la Eurozona, la Comisión Europea ha reducido la previsión de crecimiento hasta el 2,7% este año; y en España, el recrecimiento del 7% previsto en los presupuestos para 2022 se ha reducido hasta el 4%. Las próximas revisiones serán a la baja. En un escenario adverso de corte del suministro de gas de Rusia a Europa, el crecimiento se desplomaría hasta el 1,2%. Alemania, muy dependiente del gas ruso, podría entrar en recesión.
El sector debe afrontar un problema de rentabilidad y competitividad, lo que implica
una estrategia de mayor concentración y alianzas
Los bancos centrales están atrapados
Los bancos centrales se encuentran atrapados y con poco margen de maniobra. Un error de diagnóstico les ha llevado a retrasar sus actuaciones y ahora, ante la magnitud y persistencia de la inflación, se ven obligados a actuar con mayor brusquedad en la retirada de liquidez y en la subida de tipos de interés, con el riesgo de provocar una recesión. La mermada capacidad adquisitiva de los hogares por la inflación se verá agravada por el aumento de la carga de intereses de sus hipotecas. Los ya altos costes de las empresas se incrementarán por la subida de la carga financiera, acentuando la caída de sus márgenes. En cualquier caso, de persistir la alta inflación, los dos principales motores de la economía, consumo e inversión, se debilitarán, con el riesgo de una recesión.
Por otra parte, el aumento de tipos de interés y la restricción del crédito no son medidas eficaces para limitar la escalada del precio de la energía y las materias primas, y mucho menos para resolver los problemas de las cadenas de suministro globales. A pesar de todo, la Reserva Federal de Estados Unidos (FED) ya ha acometido la primera subida de tipos de interés y continuará en los próximos meses hasta alcanzar el 3% en 2023. El Banco Central Europeo (BCE) ha anunciado el inicio de la retirada de liquidez en el tercer trimestre y la primera subida de tipos de interés en julio. Subidas que continuarán a lo largo de 2022. El gran riesgo que el BCE pretende evitar es que se produzcan los efectos de segunda ronda, la espiral precios- salarios. La traslación de costes a precios ya se está produciendo. El 45% de los bienes que componen la cesta de la compra del IPC ya han tenido un incremento de precios superior al 10%, y algunos bienes de primera necesidad, superior al 20%. Para evitar la espiral precios-salarios, el Banco de España ha planteado la necesidad de un pacto de rentas que limite el incremento de los salarios, de los márgenes empresariales y también de las pensiones. Los sindicatos no están por la labor y el Gobierno se ha comprometido a revalorizar las pensiones con el IPC.
En épocas de crisis, el consumidor es muy sensible al precio sin prescindir de la calidad y lo saludable
Impacto en el sector de frutas y hortalizas
El sector agroalimentario, y en particular el de frutas y hortalizas, está padeciendo los mismos problemas que el resto. Todos los eslabones de la cadena de valor agroalimentaria se están viendo afectados por el incremento de los costes y la caída de los márgenes, y en menor medida de la facturación. El sector de frutas y hortalizas está resultando especialmente afectado por la espectacular subida del precio de la energía, materias primas, fertilizantes y transporte. Situación que se agrava por el problema estructural de su gran atomización y escaso poder de negociación frente a las grandes superficies, que ha retrasado y limitado la traslación del incremento de costes a precios. A todo ello hay que añadir la sequía, las heladas, la competencia desleal de terceros países, la escasez de mano de obra, la deficiente aplicación de la Ley de la Cadena Agroalimentaria o las próximas modificaciones de la PAC. Un problema añadido es la inadecuación de la reciente Reforma Laboral al sector agroalimentario, cuyas necesidades de temporalidad superan el 50%.
El sector está sufriendo más en márgenes y rentabilidad que en ventas. La pandemia ha impulsado los valores de salud y seguridad sanitaria en la alimentación, atributos inherentes al sector de frutas y hortalizas. En 2020, la pandemia y los confinamientos impulsaron la comida en casa, lo cual resultó positivo tanto para la venta y consumo interno como para las exportaciones. El consumo de frutas y hortalizas en 2021 con respecto a 2019 ha aumentado el 13% en valor y el 1,8% en volumen. Las perspectivas para 2022 siguen siendo buenas, aunque posiblemente inferiores a 2020 y 2021 en volumen. En épocas de crisis y pérdida de poder adquisitivo por la inflación y el desempleo, el consumidor es muy sensible al precio, orientándose a lo básico, sin prescindir de la calidad y lo saludable. A medio y largo plazo, el problema a afrontar por el sector es la rentabilidad y competitividad, lo que implica una estrategia de mayor concentración y alianzas, así como de innovación, avance tecnológico y digitalización orientados a la reducción de costes, la calidad y la sostenibilidad.