Como sabéis, durante los últimos tres meses este blog ha estado dedicado a diversas temáticas del mundo hortofrutícola con la intención de conseguir vuestra interlocución para completar contenidos de un próximo libro.
En las últimas semanas parte de esa interlocución se ha vuelto interesante, por decirlo de alguna manera. Algunos contactos con los que hay conexión y comunicación fluida me han achacado una falta de compromiso con la ineludible actualidad de las protestas agrarias en España y el resto de Europa.
Los mensajes que me llegan son mas o menos los siguientes:
- Me extraña que no digas nada de lo que está ocurriendo.
- Una figura neutral (creo que se refieren a cierta independencia de criterio) como tú debería participar en el debate.
Todos ellos muy educados, pero se sobreentiende. Y sí, todos tenemos que ganarnos la vida y evitamos meternos en jardines de los que no nos sea fácil salir. Pero parece que es el momento de hacer alguna confesión.
Llevo hablando en el blog sobre temas sectoriales durante ya más de 10 años. Soy consciente de que al hablar públicamente uno se expone y se corren riesgos. Lo he intentado hacer (y lo sigo haciendo) con respeto e independencia, pero hace un año decidí hacer un alto en el camino. A la intensidad del trabajo y los compromisos familiares se unieron dos incidentes que describen el estado de las cosas.
Por primera vez, desde la periferia de los ámbitos del poder político, me llegó una advertencia. Y casi al mismo tiempo, me dieron un toque de atención de allí desde donde se podía perjudicar mi futuro profesional.
Mi decisión ha sido escribir el libro. En él no eludo nada. Hay suficiente toma de posición para que se enfaden tanto partidarios como rivales, pero para criticar habréis de esperar a que se edite. Y por supuesto incluye a la situación de agricultores, protestas, poder político, restricciones y competitividad.
A los amigos que me pedían opinión privadamente, finalmente, les prometí que algo diría por aquí… así que allá va.
Es evidente que algo se ha roto. Que las protestas de los agricultores, generalizadas y de alta intensidad, no son simplemente una moda. Que muchas de las demandas del sector parezcan (o sean) contradictorias no ayuda a que el resto de la sociedad empatice con las dificultades del sector.
Hay, evidentemente, una pérdida de competitividad, numerosas restricciones burocráticas y medioambientales, incertidumbre real sobre el futuro y un cambio de modelo productivo que no gusta a casi nadie. Siendo todo lo anterior lo que emerge de las protestas lo que más duele es anterior en el tiempo y relacionado con la ruptura de los principios morales y el “contrato social”.
Cuando se funda la Política Agraria Común (PAC) en 1962 se hace bajo los objetivos de: alimentos baratos y seguros, preferencia comunitaria y garantía de renta para los agricultores.
El sistema para conseguir estos objetivos ha cambiado y evolucionado enormemente desde 1962, pero este “contrato social” entre sociedad y agricultores seguía inspirando las políticas públicas de la UE hasta no hace mucho.
Sin embargo, lo que vemos ahora es la constatación de que el contrato social se ha roto. Ninguno de los objetivos fundacionales van a mantenerse en el futuro inmediato. Y a muchos miembros de nuestra sociedad este hecho les parece muy bien. Se argumenta contra el proteccionismo frente a importaciones de terceros países, ante las excesivas subvenciones o la carga contaminadora de la agricultura.
Estamos en el punto de ruptura y eso nos lleva a la siguiente pregunta. ¿Cómo será el futuro? ¿Con qué fuerza moral puede pedir la sociedad al sector agrario europeo que compita en inferioridad de condiciones frente a las producciones del resto del mundo?
Soy optimista por naturaleza. El sector encontrará soluciones, pero habrá mucho sufrimiento en esa transición. Lo que no se va a recuperar es la confianza. No son los agricultores los que han roto el pacto. Y por ese motivo, las protestas llevan una carga de indignación moral tan difícil de gestionar.