«Ahora, mires donde mires, ves brócoli por todos sitios. Esta zona se ha llenado en poco tiempo». Lorenzo Garrido explica el panorama que le rodea mientras espera a los pies de su tractor en su finca de Medellín.
Agricultor a punto de jubilarse, ha probado de todo: tomate, maíz, pimiento…. y en los últimos años, brócoli, mucho brócoli, tanto que en enero vuelve a plantarlo de nuevo. Será la primera vez que lo haga en primavera.
Antes tiene que terminar la cosecha de invierno. A principios de diciembre, seis jornaleros y un tractorista recorrieron por tercera vez la última parcela de dos hectáreas que le queda de las diez que plantó en septiembre. Se trata de una recolección escalonada y manual. Hay que meterse entre las matas llenas de agua por el rocío con pantalones impermeables y cuchillo en mano revisando una por una, las más de 60.000 plantas de la explotación. Los cogollos más grandes se cortan y los más pequeños se descartan para volver dentro de diez días.
En eso andan ahora muchos tomateros de Medellín, Santa Amalia, Don Benito o Villanueva. El brócoli se ha convertido en el cultivo de invierno de moda en las vegas del Guadiana. Para entender esta expansión, basta detenerse en la cooperativa donde lleva su producción Lorenzo. La sociedad agrícola de Medellín fue pionera. Hace 19 años, cuando nadie lo plantaba en Extremadura hicieron los primeros ensayos. Primero fue una prueba, más tarde se consolidó como alternativa de renta para sacar algo de dinero a las tierras vacías de invierno y hoy en día es su cultivo primario, al que le dedican dos cosechas al año gracias a los contratos de venta cerrados con la industria del congelado.
Teresa López es la gerente de la cooperativa y testigo de este desarrollo. Hasta hace tres años, compara, solo estaban las doscientas hectáreas de Medellín, pero en las dos últimas campañas se han ido incorporando cooperativas de Santa Amalia, Don Benito o Villanueva atraídas por la rentabilidad. En estos momentos, calcula, habrá más de mil hectáreas plantadas en el entorno.
Hay dos razones que explican este auge: la sequía en el levante y el mercado.
El Guadiana, al día de hoy, sigue sin cortes para riego y el Canal del Zújar tiene el grifo abierto durante todo el año, no lo cierra en septiembre como hacen otras comunidades de la cuenca. José María Merino es el secretario de la comunidad de regantes del Zújar. Confirma la misma teoría. «En los territorios donde tradicionalmente se planta se han quedado sin agua y el sector ha ido desplazándose hacia donde todavía podemos regar. De ahí el empujón en nuestra zona en los dos últimos años».
Según la experiencia de Teresa López desde Medellín. Extremadura ha sido tradicionalmente la alternativa para los proveedores hortofrutícolas. Era el cupo con el que llenaban sus contratos de ventas a los mercados. Ahora, en cambio, se ha posicionado y hay empresas dispuestas a comprar el año que viene el triple en la región de lo que han adquirido esta campaña.
Además de la sequía, también influye el mercado. El consumo de esta verdura a nivel global sigue en alza y España ocupa el primer puesto entre los países exportadores. Teresa López destaca, sobre todo, la efectiva campaña de promoción que ha hecho la industria en los últimos años para recomendarlo en la dieta como alimento saludable. «Antes solo lo veías en Portugal, ahora, en cualquier casa lo han incorporado a la compra diaria porque la gente se preocupa más por su alimentación».
Se planta igual que el tomate, se adapta bien al clima de Extremadura porque no requiere mucha agua y tiene un ciclo de cien días. Los tomateros han visto que a muchas de sus parcelas que dejan en barbecho en invierno pueden sacarle rendimiento plantando en septiembre y recogiendo en enero. La masa vegetal que deja en el suelo aporta además muchos nutrientes para que agarre mejor el tomate en verano.
Esta rotación la repite Lorenzo Garrido desde hace años. Sus planes pasan por sacar a la última cosecha unos mil euros por hectárea. «Antes no tenías nadas, dejabas la tierra sin uso o le ponías maíz para voltearlo». No siempre las cuentas salen tan claras. Los otoños muy lluviosos, recuerda el agricultor, le ha costado el dinero porque con mucha agua el brócoli se ahoga.
En el campo no tiene un manejo complicado. En su ciclo basta con dos o tres tratamientos fitosanitarios y hay que controlar la floración para arrancarlos antes de que las cabezas carnosas se acoracen.
El brócoli fue el único cultivo que se adaptó a los muchos ensayos que hicieron en la cooperativa de Medellín como trabajo de invierno. Plantaron en los campos de ensayo cebollas, maíz dulce, alcachofa o berenjenas, pero solo se adaptó al suelo y al clima la coliflor, el brócoli y el romanesco.
Por eso propusieron a los socios de la cooperativa que lo plantaran. «Eran explotaciones pequeñas, la única forma de sacarle rendimiento era que tuvieran dos variedades. En verano estaba consolidado el tomate, pero en invierno no había nada», recuerda la gerente.
Con el paso del tiempo, el empuje ha hecho que muchos socios incluso empiecen a plantarlo también en primavera como cultivo primario. Lorenzo, por ejemplo, debutará en enero. Sospecha que tendrá que estar más pendiente del terreno que en invierno porque con el calor hay más ataques de plagas y sin heladas nocturnas la planta crece muy rápido y se tiene que recoger antes.
Fuente: http://www.hoy.es