La reconversión de las marismas de Doñana, de flores a pitahaya
Sin agua y sin mercado los floricultores lebrijanos se reinventan con otros cultivos.
Comparte
Luis (55 años) arranca una pitahaya (también conocida como fruta del dragón) y la da a probar. Hace unos meses decidió cambiar la flor cortada que cultivaba en su invernadero de las marismas de Lebrija por fresas, pimientos del padrón, pimientos picantes, papayas de ensayo y esta fruta tropical que se abre mercado en Europa y entre los consumidores. En estos cultivos ha encontrado una oportunidad de reabrir el invernadero que heredó de sus padres, antes abandonado por la falta de rentabilidad. La guerra en Ucrania hundió el mercado de la flor cortada debido a la desviación hacia Europa de la oferta de terceros países que antes vendían principalmente a países del este. Ahora, gracias a un trato entre la cooperativa de Las Marismas de Lebrija y una empresa inglesa para vender los pimientos picantes, los nuevos cultivos que se abren paso en estas tierras tienen comprador y permiten seguir viviendo de la actividad agraria.
En el caso de la pitahaya o fruta del dragón, el cultivo se ha implantado gracias a los buenos precios que cotiza y a su poca exigencia hídrica, factor determinante a tenor de la sequía y las olas de calor continuadas que arrastra Andalucía. Por un kilo de pitahaya se puede pagar entre 8 y 12 euros al agricultor, aunque Luís las está vendiendo directamente al consumidor para no pasar por intermediarios. A unos cuantos metros del invernadero de Luís se encuentra otro agricultor y una cuadrilla de trabajadores recolectando pimiento rojo, pero no de la variedad picante que se exporta a Inglaterra. El precio en origen para estos pimientos es de 24 céntimos el kilo. Sin embargo, en los lineales de los supermercados se pueden encontrar a 3 euros el kilo. A los mandos de un tractor un agricultor comenta: “Otra vez el agricultor perdiendo. Yo no sé por qué la Ley de la Cadena no funciona, porque vamos a pérdidas”.
La pitahaya, además, no ocupa tierra cultivable ya que crece enredada a un póster o a un testigo, dejando el terreno para otros cultivos y aumentando así la rentabilidad del espacio. “Es un cultivo que necesita mucha mano de obra porque, aunque sea una planta resistente, la polinización se realiza de forma manual y necesita muchos cuidados”, alega José Tejero, presidente de la cooperativa de Las Marismas de Lebrija.
Luís comenzó como floricultor en la década de los 90. “Teníamos campañas completas con buenos precios y ahora vamos a fechas concretas como el Día de Todos los Santos, el Día de la Madre o la Semana Santa, y esto cuando viene el año bueno, porque hay veces que hay mucha producción y no rompe el precio nunca. Sin embargo, el pimiento tiene un precio más o menos establecido con la Cooperativa de las Marismas”, alega el agricultor.
Un enclave privilegiado para la producción
14 mil hectáreas de terreno componen las marismas de Lebrija, tierras nacidas de la desecación de la parte izquierda del río Guadalquivir en 1979 y ubicadas a escasos kilómetros del Parque Nacional de Doñana. Característicos de esta zona son los cultivos de tomates, pimientos, cebollas, algodón, brócoli, almendra o girasol, entre otros. “Son tierras fabulosas, tierras que provienen de la sedimentación del Lago Ligustinus y que son muy productivas”, añade el presidente de la cooperativa de Las Marismas.
En esta zona se impone un modelo de explotación familiar y profesional. Así lo explica Luís, quien espera que dentro de no mucho sus nuevos cultivos sirvan para dar trabajo a sus tres hijos, a su mujer y a su yerno, así como para poder comer de la producción. Actualmente, comenta, los 4.000 m2 de invernadero que tiene cultivados únicamente dan trabajo una o dos veces a la semana. Sin embargo, este agricultor que volvió al campo tras dedicarse 20 años al sector de la construcción, sigue aumentando sus tierras de cultivo y acaba de plantar 1.500 m2 de habas y otros 1.500 m2 de patatas.
La labor agrícola en las tierras de las marismas de Lebrija no podría entenderse sin la acción que realizan las dos cooperativas agrarias que operan en este municipio sevillano: la cooperativa La Campiña de Lebrija y la cooperativa Las Marismas de Lebrija. Ambas llevan a cabo actuaciones de asesoramiento, almacenaje, comercialización o procesado de productos, entre otras. Además, en sus instalaciones ofrecen servicios básicos para los agricultores: puntos para el suministro de combustible o para la compra de neumáticos. La cooperativa de Las Marismas, por su parte, se centra en la producción de tomates, pimientos, algodón, brócoli, zanahorias, etc., mientras que la cooperativa La Campiña hace lo propio con los cultivos de girasol, almendras, cereal u olivo.
Las Marismas de Lebrija es la única cooperativa en Andalucía que procesa tomate de industria en sus instalaciones y que además posee una desmotadora de algodón y un centro de manipulado y envasado de hortalizas. Esto permite que todos los procesos de la cadena de producción para estos productos se realicen en Lebrija, proporcionando puestos de trabajo y generando riqueza. Sin embargo, la planta de procesado de tomate se encuentra parada este año debido a la falta de producción como consecuencia de la grave sequía que atraviesa la región. “Andar por aquí sería imposible en un año normal”, comenta José Tejero, presidente de la cooperativa mientras muestra la fábrica de concentrado de tomate. “Aunque el tema de los precios es complicado y el tema de los insumos también, el tema del agua es el caballo de batalla más grande que tenemos. Es un año muy complicado, un año que no ha llovido lo suficiente para poder tener los cultivos de verano; cultivos como el tomate, que suponen el 65% de la facturación de esta cooperativa”, aclara Tejero.
En la cooperativa La Campiña están almacenando montañas de almendras a falta de compradores. COAG denunció recientemente en un informe prácticas especulativas por parte de los compradores de almendras que estaban retrasando la adquisición del producto para hacer aumentar la oferta y provocar el desplome de los precios. El almacenaje permite en este caso que los agricultores no se vean obligados a vender a precios bajos al no tener espacio donde guardar la producción. “Ahora mismo no se están haciendo operaciones, no está habiendo cotización. El agricultor no quiere vender y el comprador no se atreve a dar un precio. Es normal que al principio de campaña no haya cotización y no se sepa cómo está la cosa. El año pasado en plena campaña salimos un poco al mercado, pero de pronto se pararon las compras y eso hizo perder precio. Nosotros la hemos almacenado, tenemos la opción de vender cuando queramos”, aclara Manuel Fuentes, técnico jefe de la cooperativa La Campiña.
“Los productores aquí hemos tenido que desechar cultivos que requieren de un gran aporte hídrico como puede ser el tomate de industria que ha desaparecido en la provincia de Sevilla y se ha trasladado a provincias como Cádiz o Huelva, pero que no cumple con los parámetros marcados por la industria agroalimentaria. Estamos hablando de 5.700 hectáreas el año pasado en la provincia de Sevilla y este año nos hemos ido a 200 o 300 hectáreas. En total van a tener unas 2.400 hectáreas entre las dos fábricas que han quedado abiertas, porque una de ellas que es la cooperativa Las Marismas no ha producido esas 2.000 hectáreas que normalmente suele realizar y que suponen 60 millones de euros. Entre todos son 120 millones de euros y 7 millones de jornales”, concluye Diego Bellido, responsable de transformados de COAG Andalucía.