La lluvia «no va a ser suficiente» para la recuperación de la agricultura
Ramón Gil Pérez, Coordinador de Innovación Agroalimentaria de Grupo Cajamar.
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Sin duda, dos de los fenómenos que definen este 2023 son la sequía prolongada y los episodios recurrentes de temperaturas anormalmente altas. El efecto combinado de ambos no solo está marcando el año agrícola, sino que se está dejando sentir, y de qué manera, en el conjunto de la sociedad. Me refiero, cómo no, al incremento de los precios en origen que ha provocado la caída de la producción por el calor y la falta de agua, y a su impacto en el precio final de los alimentos. A lo que hay que sumar el encarecimiento simultáneo de los suministros, especialmente energía y fertilizantes, que ha hecho casi antieconómica la producción, tanto en los grandes invernaderos con calefacción de Países Bajos, como en las explotaciones hortofrutícolas de pequeño tamaño de muchos de nuestros pueblos.
Carrera inflacionista
Las cifras están ahí y llevan dando titulares todo el año, con el aceite de oliva virgen extra como protagonista destacado con una subida del 116 % en doce meses. El precio de algunas hortalizas, como el apio, prácticamente se ha doblado, y casi todas se han encarecido por encima de cualquier previsión. Algo parecido sucede con las frutas, como naranjas, mandarinas y aguacates. Y así un largo etcétera. Por el lado de los insumos, los fertilizantes anotaron un alza del 74 %, la energía un 59 % y los fitosanitarios un 20%. Una carrera inflacionaria que presiona gravemente los márgenes de nuestros productores, por el lado de la oferta, y el poder adquisitivo de los consumidores, por el lado de la demanda. Además de poner bajo sospecha al sector ante los medios y el conjunto de la sociedad, que denuncia comportamientos oportunistas y especulativos.
Es urgente poner en marcha nuevos modelos de captación, reutilización y gestión de agua que garanticen suministro permanente
Innovación como solución
Ante esta coyuntura, ¿Qué podemos hacer? La merma productiva se irá revertiendo paulatinamente si comienza a llover en otoño, mejorándose los rendimientos. Pero los resultados difícilmente serán inmediatos y solo comenzarán a sentirse a medio plazo. Eso si llueve con cierta normalidad. Si no lo hace, es difícil hacer una previsión de cómo evolucionarán cultivos y precios.
Pero la lluvia no va a ser suficiente. Ni el liderazgo global del sector hortofrutícola español y ni su capacidad para generar valor en las zonas productoras pueden dejarse en manos de la incertidumbre ni de la meteorología. Desde hace ya muchos años, el mayor impulso para su modernización ha venido de la necesidad de ahorrar costes y ganar en eficiencia, en un contexto global cada vez más competitivo y exigente. Para ello, se necesitan explotaciones de mayor tamaño y la incorporación de nuevas tecnologías y prácticas culturales más intensivas. En definitiva, de inversión y estrategia que consoliden nuestra posición actual. Como ya está sucediendo, de hecho, en cultivos como el olivar y los frutos secos, donde se registra un continuo incremento de las superficies medias tanto en regadío como en régimen de secano.
Y sobre todo es ya urgente poner en marcha nuevos modelos de captación, reutilización y gestión del agua que garanticen un suministro permanente, para no poner en riesgo ni la rentabilidad de las explotaciones hortofrutícolas, ni el acceso a alimentos en cantidad, calidad y precio razonable para el conjunto de la población.