El binomio climatología extrema – inundaciones y sequía siempre ha sido un clásico recurrente para los regadíos ubicados en la cuenca del Segura. Por ello, desde tiempos pretéritos, las sociedades levantinas se preocuparon y ocuparon de generar todo tipo de canalizaciones e infraestructuras de almacenamiento de agua, hasta lograr de esta cuenca la más regulada de Europa. No es, por tanto, casualidad que en nuestra zona las alarmas de la sequía resuenen más tarde que en otras del país. Eso hace posible el milagro de la multiplicación productiva de frutas y hortalizas con denominación de origen levantino. Esa es la escuela de la resiliencia a implementar en los años venideros: infraestructuras de regulación y de ahorro del recurso agua.
Todo parece indicar que el futuro nos tiene reservados escenarios climatológicos muy similares a los que nos tiene acostumbrados en el Levante y la solución no está en dejar que la climatología campe por sus fueros como si no existiesen métodos de atemperar sus embestidas. No es propio del ser humano evolucionado. Ni es propio de una mentalidad ajustada a la era de mayor desarrollo científico de la historia. Hemos de actuar y prever ya, y también en materia de regulación.
«Pensar que podemos prescindir de la agricultura nacional, amén de peligroso, es un pensamiento snob»
Ciertamente, el grado de optimización en el uso del agua en nuestra zona es sobresaliente. Sin embargo, la inventiva es aún mayor y seguiremos consiguiendo sin duda cotas de ahorro más altas. En cualquier caso, les puedo asegurar que, hasta el momento, el sector ha hecho más de lo que se le presuponía podía hacer. Se están agotando todas las vías de ahorro y fiscalización de agua.
Y llegado a este punto, creo que el futuro en materia hídrica pasa por ir resolviendo desequilibrios dentro de las propias cuencas y los motivados por la dispar distribución de los recursos en la geografía española. Hemos sabido llevar fuentes de suministro de gas y electricidad a todos los territorios. Ahora bien, si los rectores políticos no consideran oportuno hacer lo propio con el agua, habrá que estudiar cómo repercutir el sobrecoste que una parte de la ciudadanía paga por el acceso a este recurso. Además, hay que ahondar en tecnologías de fertirrigación inteligente, extendiendo su uso, ya que posibilitarán una utilización sostenible del agua. En el Levante, llevan años abriéndose paso con éxito.
Nuestros agricultores han diversificado su localización productiva, incluso en otros países. Lo que ocurre es que producir en las condiciones climáticas en las que se hace en este Levante en determinados meses del año es imposible en el resto de Europa. Desaprovechar esta ventaja climática sería un error de bulto. Alimentamos, aseguramos el abastecimiento de nuestras ciudades, de Europa también, dentro de nuestras fronteras políticas, con seguridad sanitaria. Y tendremos que seguir alimentando con estas premisas a más y más gente en el futuro. Que nos dejen hacerlo o no, no depende de nosotros.
Sin embargo, por desgracia, en materia de agua, como en otras muchas, ocurre que se habla, y a veces legisla, de oído. Es muy escaso el conocimiento que los españoles tenemos del regadío levantino y en general del regadío, modernizado o no, que se hace en España. No hay contacto con el sector primario más allá de la degustación de los productos que ofrece. Decir que la agricultura más avanzada del mundo, que está aquí en España, y que en la cuenca del Segura encuentra uno de sus mayores referentes, no es sostenible por su elevado consumo de agua es una muestra, la más palmaria, del desconocimiento generalizado e injusto que existe de este sector. Injusto por los sacrificios que, generación tras generación, han hecho millares de agricultores, de empresas familiares, en pos de una apuesta de ahorro y sofisticación para un uso respetuoso del agua. Ciertamente es todo muy injusto y es también normal que en los agricultores y ganaderos -de todo el país, ¡ojo!- vaya calando una sensación de hartazgo, de derrota. Pensar que podemos prescindir de la agricultura nacional, amén de peligroso por muchos motivos, es un pensamiento snob. La agricultura y la ganadería no son un capricho empresarial, son producto de la necesidad más perentoria del ser humano: alimentarse. Tener que estar reclamando esto en 2022 es, reconozcámoslo, preocupante.
España vive una sequía generalizada, pero, como único pensamiento positivo, estamos a las puertas de los meses en que la lluvia hace acto de presencia. En los sistemas más regulados como el del regadío de la Cuenca del Segura, necesitamos, además, que esa lluvia aparezca en la cabecera de las cuencas del Tajo y el Segura, aumentando las aportaciones que ahora son mínimas en ambas.