El cambio climático no es una amenaza lejana ni un concepto abstracto; es una realidad palpable que está reconfigurando la economía, los ecosistemas y nuestras vidas. El 99% de los científicos, sus publicaciones y sus organizaciones, están de acuerdo en la realidad preocupante del cambio climático y de su indudable origen humano. Instituciones como la ONU, OMS, FAO, UNICEF, NASA instan a evitar que los bulos y la desinformación comprometan la lucha contra la emergencia climática.
Las olas de calor extremo, las sequías prolongadas y las lluvias torrenciales son solo algunas de las consecuencias del cambio climático que afectan directamente al sector agrícola. Estas condiciones alteran los ciclos productivos, reducen los rendimientos de los cultivos y dificultan la planificación tanto de productores como de sus cooperativas.
A ello se suma en España una reducción de la disponibilidad hídrica en muchas regiones productoras que, combinada con la degradación del suelo y la pérdida de biodiversidad, exige un replanteamiento y una adaptación que pasará sin duda por la innovación tecnológica, la gestión sostenible y, por supuesto, el compromiso colectivo. No hay estrategias y tecnologías sencillas para reducir las emisiones sin comprometer la producción de alimentos, la competitividad de las empresas o la viabilidad económica de los agricultores.
Las nuevas tecnologías ofrecen herramientas para afrontar el cambio climático, sistemas de riego de precisión, variedades de cultivos resistentes, uso sostenible del suelo y energías renovables, pero, para que estas soluciones sean efectivas deben ser accesibles a todos los agricultores. Ahí las cooperativas agroalimentarias juegan un papel fundamental porque, a través de sus equipos profesionales, facilitan y adaptan la transferencia de conocimiento, optimizan los recursos al servicio de sus socias y socios para minimizar el impacto ambiental y aportan soluciones que serían inalcanzables para un agricultor individual.
«No hay estrategias y tecnologías sencillas para reducir las emisiones sin comprometer la producción de alimentos,
la competitividad de las empresas o la viabilidad económica de los agricultores»
Pero la lucha contra el cambio climático no es responsabilidad exclusiva del sector agroalimentario. Además, es necesario encontrar el equilibrio entre los objetivos medioambientales y la rentabilidad económica para mantener la actividad agrícola en la UE, que es lo que nos garantiza nuestra soberanía alimentaria. Las administraciones públicas deben garantizar el acceso a ayudas económicas y a formación para implementar prácticas sostenibles y los consumidores tienen un papel crucial al optar por productos de cercanía, de temporada y obtenidos bajo criterios de sostenibilidad, como son los productos cooperativos. Si este cambio no lo paga el consumidor y tampoco la remunera la Administración, el productor no puede hacerse cargo, generar una cadena con valor es una tarea de todos, con valor para las empresas y para la sociedad.
Es necesario un cambio cultural que valore el papel esencial de la agricultura y la ganadería como garante de la seguridad alimentaria y como guardián de nuestros recursos naturales. Tenemos la oportunidad de construir un futuro más justo, resiliente y sostenible para todos.
En este camino, las cooperativas no solo son esenciales para sus socios y socias, con importantes retos en el relevo y una mayor incorporación de la mujer a la actividad, también para garantizar que el campo continúe siendo una fuente de alimentos sanos y de calidad, empleo estable y bienestar para una sociedad más equilibrada entre zonas rurales y urbanas.
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