Cebollas a cuatro céntimos el kilo
Pese a los planes de protección de la huerta de Valencia, es frecuente la imagen de tractores destrozando cosechas al no salir a cuenta recogerlas y transportarlas
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“Sin agricultores no hay huerta”. Es uno de los eslóganes que no se cansan de repetir desde organizaciones como la Asociación Valenciana de Agricultores (AVA) hasta plataformas en defensa del territorio como ‘Per l’Horta’. Sin embargo, en las últimas semanas esta ha sido una foto bastante habitual en la impresionante huerta periurbana que rodea la ciudad de València: agricultores que, a bordo de su tractor, deciden rotovatar sus campos para destruir las producciones que les han costado dinero, sudor y esfuerzo durante meses de trabajo. ¿La razón? Hortalizas como la cebolla se han pagado a unos cuatro céntimos el kilo, con lo que no salía a cuenta iniciar una campaña de recolección.
Jaime Valls es un ingeniero de construcción de máquinas de 58 años pero lleva trabajando “toda la vida” como agricultor en su huerta en Beniferri, junto al Palacio de Congresos de València. De los pocos que en su día no vendió las tierras y que hoy han quedado estranguladas entre viviendas y la autovía. “Me gasto mil euros en plantar cebollas en 833 metros cuadrados. Además, tengo que pagar la simiente, plantarlas y usar fitosanitarios para que enraícen. Ayer me las pagaban a 6 céntimos, hoy a 4 céntimos… No me salen las cuentas”, sostiene, y recuerda: “Me ofrecieron una fortuna por este terreno para edificar, pero lo quería para mí porque me gusta trabajar la tierra. ¿Qué pienso ahora? Que fui tonto”.
La asociación de agricultores explica el hundimiento de los precios de la cebolla con la “entrada de importaciones masivas” procedentes de países como Perú, Chile, Egipto, Chipre o Israel. “Las grandes distribuidores europeas utilizan esta abundante oferta como pretexto para empujar los precios a la baja”, explican en un comunicado de prensa. “No comprendo cómo una gran cadena puede vender unas cebollas que hoy son viejas. Han pasado cinco meses desde que se criaron en otra parte del mundo, dando vueltas en barco o en avión, cuando en la huerta valenciana las tenemos frescas”, apunta Valls.
En cuanto a la patata, su principal competidora es la francesa, que ha “inundado los lineales de los supermercados hasta tal punto que no dejan apenas hueco para la producción valenciana”. Esto genera la circunstancia de que la patata francesa, que ya es “vieja” porque lleva meses almacenada en cámaras de refrigeración, se prioriza sobre la patata valenciana, que se cosecha ahora, y que cuenta con “unos parámetros de calidad y frescura” mucho mejores.
“La falta de transparencia en los mercados, la connivencia con los abusos de la gran distribución y la ausencia de medidas eficaces como el establecimiento de un seguro de rentas están conduciendo a los agricultores valencianos a tirar la toalla. La situación ha llegado a tal extremo que los productores se están viendo obligados a destruir sus cosechas que, además y paradójicamente, son mejores que las que están a la venta en los supermercados”, denuncia el presidente de AVA, Cristóbal Aguado.
Aguado recuerda que no es la primera vez que se destruyen cosechas por su baja rentabilidad económica, y que en Almería también se está haciendo con el melón, la sandía y el tomate por los bajos precios que se han ofrecido en mayo. Jaime Valls dice que le han preguntado por qué no regala las cebollas antes que destruirlas. Su respuesta es contundente: “No somos una ONG, un agricultor es un empresario”. Asegura que este es “uno de los peores años” que recuerda: las lluvias torrenciales de invierno en la Comunitat Valenciana echaron a perder muchos cultivos, y otros, “se han tenido que sulfatar más por la humedad”. Piden ayudas en años malos de cosechas, un etiquetado más exigente y más educación a los consumidores
Valls pone algunas soluciones sobre la mesa: ayudas para los años malos de cosechas y un “precio digno por la cosecha” (aunque recalca: “no quiero subvenciones, quiero dignidad para vivir”); un seguro de retirada de productos; un etiquetado más exigente y transparente, que no solo incluya el lugar de elaboración, sino también de producción; y más educación a los consumidores para que sepan diferenciar a simple vista una cebolla valenciana de otra de fuera.
La situación de los agricultores valencianos contrasta con la voluntad del Gobierno valenciano, que intenta blindar la huerta de los intereses especulativos mediante un Plan de Acción Territorial que protege 10.000 hectáreas y prevé la creación de una marca de calidad de productos autóctonos, entre otras medidas. También choca frontalmente con un contexto social de mayor concienciación -al menos, aparente- en el consumo de productos de proximidad, de ‘Kilómetro 0’, y de movimientos en defensa de la huerta.
Los trabajadores como Valls, sin embargo, no han terminado de ver con buenos ojos las medidas del actual gobierno. La ven más como un escaparate para mantener verde el entorno de la ciudad que como una apuesta por la dignificación de su oficio: “Parece que los agricultores seamos los payasos de la gente civilizada. Pero el parque temático, si sigue así, ¿quién lo va a mantener? Yo me acabaré jubilando y mis hijos no quieren seguir. La edad media en el campo está en los 62 años, no va a quedar gente joven”. “La clase política y los legisladores tienen que comprender de una vez que sin agricultores no hay huerta, y a este paso no va a quedar ninguno”, apostilla Cristóbal Aguado, de AVA.
Parece que los agricultores seamos los payasos de la gente civilizada. Pero si el parque temático sigue así, ¿quién lo va a mantener? Yo me acabaré jubilando y mis hijos no quieren seguir”