Soy de Córdoba capital y no tengo pueblo. Por eso me hice arjonero de adopción, ya que mis suegros son de allí. Y algunos fines de semana volvemos a «nuestro» pueblo.
Normalmente vamos en su fiesta grande, Fiestasantos o en la feria. Y los niños pueden andar por donde quieran sin coches, buscando la procesión, los gigantes y cabezudos, la quema de Daciano… Con los petardos tronando que ya no les asustan como antes.
Este fin de semana, para preparar la casa que casi siempre anda cerrada, hemos aprovechado para ver los olivos que están muy cerquita del pueblo. Unos más cargados. Otros más vacíos. Yo soy más de regadío, pero a mi suegra le gusta que les eche un vistazo y los recorra con mi tocayo Ricardo. Él tiene toda la experiencia del mundo en esta tierra de Arjona y cuida los árboles centenarios con todo el cariño.
Toda una delicia llegar a Arjona, verla en alto entre los olivos, subir hasta Santa María, donde corre todo el fresco a la puesta de sol, dejar a los niños andar libres por la calle, ir a comprar dulces a Campos, charlar con su gente, siempre amable y respirar la tranquilidad del verano en el centro de la provincia de Jaen.
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