En esta ocasión voy a abordar un tema complejo, demasiado complejo pero también demasiado cotidiano porque está en casi todas partes, a nadie ha dejado indiferente y ahora que entramos en el segundo año del embargo comercial más importante al que se ha enfrentado la UE, nos tenemos que ir acostumbrando a convivir con él, porque aún y cuando se resuelva, nunca tendremos la certeza de que no se vuelva a producir.
El título así de primeras parece contradictorio, o parece que me voy a meter en un jardín, intentaré no hacerlo porque no soy un politólogo ni un economista experto, pero sí alguien que está en contacto constante con los productores, que observa los mercados y que en sus ratos libres procura leer prensa internacional y hablar con auténticos expertos. También hay que decir que como “Sostenibilidad” es un concepto tan abierto, tan inclusivo, tan aplicable y universal, empezar a mirar cómo hacer el veto ruso sostenible o apreciar los aspectos de sostenibilidad que ya tiene, es una tarea que aunque no sea plato de gusto, hay que acometer.
Ya en otras ocasiones he dicho que los agricultores tienen un enorme desafío por delante para ser sostenibles en sus consumos, su eficiencia, el impacto ambiental que generan, la seguridad alimentaria, etc., pero también como empresas deben ser económicamente sostenibles, y ahí es donde el tejido se expande, porque entra en juego la sostenibilidad de la logística y el transporte, y también el actor principal, que es la distribución que también he dicho que tiene que ser sostenible, en sus políticas de compra y en cómo aborda a los consumidores, sobre todo cuando abusa de los productos reclamos. Si metemos todo esto en una batidora, puede salir bien o puede salir que el esfuerzo del agricultor no se ve compensado y el mercado le aboca al fracaso. Pero ahora tenemos en el menú un plato especial, el “Embargo a lo Kremlin en salsa de Vodka”, que si ya el del año pasado fue indigesto, el de este año no lo va a ser menos.
Pero los mercados son vasos comunicantes y la demanda que se pierde por un sitio se compensa por otro, al menos en el sector de frutas y hortalizas, porque en el sector cárnico y lácteo la cosa pinta peor. Y es que si Rusia le deja de comprar a Europa, tiene que tirar de Asia, Sudamérica y África y los mercados que atendían esos países también han tenido que diversificar sus proveedores al encontrar a los habituales escasos de oferta. Y aquí es donde en muchos afortunados casos los equipos comerciales y promotores españoles han sacado un poco de pecho y han encontrado otros nichos a donde dirigir su producto, aunado esto a las ayudas en forma de retirada de producto, aumento de cupos para industrialización y pagos compensatorios, que entre todos han conseguido paliar el desaguisado. No en balde la mayor partida presupuestaria de la UE es la PAC y desde Europa no están dispuestos a que se deteriore el sector productivo cuando pueden evitarlo, al margen de que hay muchas opiniones descontentas con las negociaciones que han hecho nuestras autoridades, pero eso viene de largo y tiene que ver con muchas más cosas que el veto ruso.
No obstante, según los datos que reportan desde Rusia, parece que les está saliendo peor el remedio que la enfermedad, porque la distorsión de la oferta ha generado desabastecimiento e inflación y los que lo están pagando caro son los consumidores rusos, por si fuera poco, la devaluación del Rublo tampoco ayuda. También hay que decir que si no hubiera embargo un rublo devaluado habría tenido un impacto negativo en las exportaciones igualmente, recordemos lo que pasó cuando se devaluó la libra esterlina a finales de 2010. Pero es que el panorama le pinta peor a la propia Rusia que a los exportadores europeos (a una mayoría), la devaluación de su moneda está provocando que sus fertilizantes sean más demandados en el extranjero, lo que está provocando desabastecimiento a los ya de por sí desfavorecidos agricultores rusos, con lo que su producción doméstica tiene menos capacidad de satisfacer la demanda. Además el gobierno está intentando mantener la producción de cereal dentro de sus fronteras para también distorsionar ese mercado, lo que les hace pagar más subsidios y entre unas cosas y otras, la cuenta del veto no le sale a los del Kremlin.
A estas alturas nadie duda de que, por ejemplo, el desplome en los precios de la fruta de hueso o las cortas y decepcionantes temporadas de algunos cítricos u hortalizas de invernadero forzosamente han estado influidas por el veto, pero en términos generales no han sido campañas particularmente desastrosas, el consumo interno en algunos casos se ha recuperado y ha salido al rescate en algunos momentos del sector.
A la vista del impacto que ha tenido el veto, al menos en los productores españoles de frutas y hortalizas, se puede decir que se ha tenido que aprender a convivir con él, improvisadamente, pero se han podido salvar los muebles. El veto ha incrementado la resiliencia del sector y lo ha hecho más adaptable, le ha obligado a encontrar nuevas herramientas y eso siempre es positivo.
En todo caso, ojalá y se termine pronto, pero nosotros por la cuenta que nos trae, que lo que hemos aprendido no lo olvidemos nunca.