No hay nada como una feria como Fruit Logistica para empaparse de conocimiento. Solo con cruzarse a alguien en el pasillo y preguntar cómo le va, aprendes y te sorprenden. Sucedió una vez más, y fue sobre el fraude alimentario. Dado el sector en el que trabajo como periodista de un medio hortofrutícola, podía hacerme una idea. Pero los detalles iban mucho más allá. Y es que este concepto representó el año pasado un volumen de negocio de doce mil millones de libras solo en Reino Unido (13.500 millones de euros). Si fuera una empresa, ocuparía la cuarta posición en el ranking de cadenas de supermercados en Europa. Quizás con esta equivalencia nos hacemos una idea de lo que pierde el sector por no controlar estas pérdidas, donde aproximadamente el 10% de la producción mundial de alimentos se ve afectada. ¿Y qué son estos fraudes?
Este se produce cuando se sustituye, adultera, etiqueta erróneamente o se falsifica un producto. Perjudica a las ventas, el margen y a la reputación y afecta sobre todo a las grandes marcas. Es de destacar que la reputación de una marca es su activo más valioso y, en un mercado global, determina su calidad y seguridad alimentaria, especialmente en frutas y hortalizas.
La persona que me crucé trabaja en una empresa que se dedica a combatirlo a través de análisis de los productos, que los vinculan a su origen, más allá de las marcas y el etiquetado. Su sistema mide los elementos que se dan de forma natural en el ambiente y son absorbidos por los productos a través las condiciones climáticas y edafológicas. Estos varían geográficamente, lo que significa que las concentraciones son diferentes dependiendo donde se produce la planta.
Por lo que no solo hay que velar por el buen etiquetado en el lineal, sino por la autenticidad del producto y esto es un trabajo de todos, porque sabemos que nadie da duros por pesetas.
Se tarda años en crear confianza en una marca, y sólo un momento para perderla.