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Por qué hay tantas malas campañas de mandarinas y naranjas

Paco Borrás, consultor hortofrutícola.

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Hablar este año 2020 de malas campañas de cítricos es una buena idea porque estamos ante una que probablemente sea bastante positiva para los productores españoles. Una realidad que, si remontamos la vista atrás y realizamos una valoración de las últimas diez campañas, no se ha dado apenas. Tanto es así, que podemos decir de 2010 a 2015 y especialmente la campaña 2018-19 han sido negativas. Sin embargo, la 2009-10, de 2015 a 2018 y la actual (2019-20) son muy favorables. Se trata, por supuesto, de una valoración desde una visión global, sin tener en cuenta las excepciones que han podido experimentar algunas explotaciones, por su diferente estructura varietal o por sus rendimientos.

En todo esto es necesario destacar que España es, sin lugar a dudas, la zona productiva mundial con mejor renta del mundo en cítricos, porque nuestras mandarinas y naranjas son de excelente calidad, porque estamos físicamente en un mercado de 600 millones de habitantes al que llegamos de 24 a 72 horas sin aduanas ni aranceles, produciendo menos huella de carbono que ningún otro país. Somos pioneros en exportación citrícola y líder histórico indiscutible, garantizamos una seguridad alimentaria y unas políticas de sostenibilidad óptimas y estamos presentes en más de 90 países.

Si todo ello es cierto, ¿qué nos pasa?
Es normal que en cualquier sector económico se presente alguna vez la tormenta perfecta. Así fue la campaña pasada, al obtener una cosecha récord en cítricos y también en manzanas, un retraso de la campaña, lluvias inoportunas… todo se alió en contra. Pero no es justificable que, de las últimas diez campañas, solo la mitad sean aceptables; eso solo se explica porque no hemos sido diligentes en los problemas estructurales:

Minifundio. Presenta costes ocultos en los gastos productivos y el problema medio ambiental que suponen sus abandonos alrededor de nuestras fincas citrícolas y sin ningún plan concreto para resolverlo.

Protocolos. Con los actuales no podemos enviar un kilo de naranjas ni a Japón ni a México y nos cuestan 0’14€/ Kg aquellas que enviamos a China, EE.UU., India, Corea, Australia o Nueva Zelanda, mientras que estos mismos países vienen a Europa con sus cítricos y sin protocolos. Además, a Turquía no podemos ir, porque pagamos un 54% de aduana, cuando sus naranjas no pagan nada para entrar en Europa. Y es curioso el silencio de sindicatos, interprofesionales y políticos en general sobre este tema.

Estructura comercializadora. Es evidente que 300 operadores ofreciendo naranjas y mandarinas al mismo tiempo son presa fácil de la presión de la distribución, que nos han conducido a un proceso por el que nuestras clemenules y navelinas, probablemente dos de las mejores frutas del mundo, son víctimas de promociones pornográficas que todos tenemos que acatar por decreto de la gran distribución.

Intercitrus. Desde hace una década no está y parece que no se la espera. Una estructura en la que hay siempre alguno de los colegios que la integran dispuesto a ejercer el derecho de veto que le confieren los estatutos, al exigir la unanimidad absoluta para cualquier acuerdo, lo que la convierte en una estructura bastante inoperante.

Poca innovación varietal. Qué hemos hecho mal todos para que las variedades con mejores resultados comerciales de los últimos años sean marroquíes, californianas, israelitas, sudafricanas o australianas.

Falta de organización de los productores. De todos los problemas, este quizás sea el más complejo, porque la forma en que se estructuró la producción española de cítricos nos llevó a convivir durante muchos años con unos propietarios de explotaciones citrícolas grandes y unos comercializadores que les compraban cada año la cosecha. Esto nos lleva a que en estos momentos solo hay un 20% de producción citrícola articulado en OPs de cooperativas y otro 15/20% en OPs del sector privado, o son producciones pertenecientes a las mismas empresas comercializadoras.

El problema es que el 60/65% de la producción citrícola está en manos de agricultores que no saben a principios de verano a quién le van a vender la cosecha que tiene en los árboles. Se espera que un corredor, que tiene un amigo del comprador, de cierta empresa que es bastante seria, y muchas veces sin un contrato mínimamente aceptable, “me ha dicho que la semana próxima vendrá a ver la fruta”. Si el año es como este, bien, si el año es como el pasado, pasan los días y los amigos del amigo no aparecen. Y la angustia empieza a generar una espiral de pánico, alentada por corredores y amigos de compradores, que provocan un ambiente hacia el mercado final, que acaba en precios de derribo para la producción.

Ni en EE.UU., ni en Sudáfrica, ni en Marruecos, ni en Egipto, ni en Sudamérica, se da la situación de que exista tal cantidad de mercancía disponible, sin ninguna relación orgánica con los almacenes y las estructuras comerciales que posteriormente las venderán. Este sistema y el minifundio crearon la hoy potente industria citrícola española, pero ambos aspectos lastran en estos momentos nuestro futuro.

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