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Asomados al futuro

David Uclés Aguilera. Servicio de Estudios Agroalimentarios de Cajamar

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Aunque ya estamos inmersos en la campaña 2014/2015, hace poco se publicó el que casi todo el mundo considera resumen definitivo de la campaña anterior, que es el que se realiza desde el Servicio de Estudios Agroalimentarios de Cajamar. Este informe da cuenta de que en la última campaña se batieron nuevos récords de cantidades producidas, comercializadas y exportadas; aunque, a causa del descenso de los precios de un 7 % en promedio, los ingresos se vieron reducidos en un 2,8 %.

La explosión de la burbuja inmobiliaria y el estallido de la crisis financiera internacional impactaron de forma diferencial dejando al sector agroalimentario “solo ante el peligro”. Aunque por sí solo sea incapaz de compensar las pérdidas de renta y empleo provocadas por el impacto en el resto de sectores, lo cierto es que el agroalimentario se encontró con un panorama favorable desde el punto de vista de la inversión: mejor acceso al crédito (muy racionado en los primeros años para el conjunto de la economía), capital proveniente de otros sectores en ese momento mucho menos atractivos y retorno de un capital humano de alta capacitación que había buscado acomodo en sectores más atractivos y que ahora buscaba desarrollarse a través del negocio agrícola.

Esta confluencia de factores ha permitido el incremento de la superficie y de la producción en los últimos años, al tiempo que una mejora en la calidad media de los activos productivos, con un aumento de los invernaderos más avanzados y con la mejora en la gestión de las explotaciones y de las comercializadoras. Sin embargo, estos avances no sirven para escapar de la trampa de los alimentos, según la cual la tendencia de los precios reales a largo  plazo es decreciente, fruto de una demanda inelástica y los aumentos tendenciales de la producción. Escapar a esta trampa no es una labor sencilla. Implica ser más eficiente en el uso de los insumos y de los recursos productivos (en los gastos) y también intentar influir en el precio percibido (los ingresos). Lo primero está al alcance de cada uno de los agricultores. Sin embargo, lo segundo requiere de un nivel organizativo superior, en el que se compense de alguna forma el poder de mercado de los compradores (cada vez más plataformas y cadenas de la gran distribución). Esta vía consiste, para la mayor parte de la producción, en el reescalado de la comercialización, aumentando las cantidades comercializadas y reduciendo, en consecuencia, el número de empresas en la venta en origen.

En las campañas anteriores asistimos al alumbramiento de algunas de las más grandes comercializadoras por la vía de las fusiones y adquisiciones, movimientos corporativos que generan un gran efecto en muy poco tiempo. Sin embargo, ahora estamos observando también un fenómeno según el cual los propios agricultores “votan con los pies” y eligen mudarse a comercializadoras más grandes. Así, el grado de concentración de la venta en origen ascendió en la pasada campaña al 34 % (cuota conjunta de las cinco empresas más grandes).

La coincidencia en el tiempo de todos estos fenómenos, sumada a la demostrada resiliencia del distrito agroindustrial almeriense, nos hacen albergar renovadas esperanzas sobre el futuro inmediato del sector, al margen de coyunturas de campaña más o menos favorables. Si el campo almeriense es capaz de culminar su tercera sustitución generacional en los términos que la ha iniciado, nos espera una agricultura mucho más profesionalizada, mejor dimensionada, más eficiente, más rentable y más sostenible.

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