A pagar, los de siempre
Cirilo Arnandis, presidente Cooperatives Agro-alimentàries CV.
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La escasez de determinadas materias primas y suministros, los problemas registrados en el transporte y el incremento de los precios de la energía, han desatado una crisis global postpandemia que condiciona los flujos del comercio a nivel mundial, amenazan la viabilidad económica de empresas de sectores variados y detienen la recuperación de la economía tras el freno que supusieron las medidas impulsadas por los gobiernos para atajar el avance del coronavirus.
Parece que falta de todo: desde suministros básicos como el cartón, el papel, el aluminio o el vidrio, a manufacturas como los semiconductores, necesarios para la fabricación de los chips que se montan en vehículos, electrodomésticos o productos de electrónica de consumo. Evidentemente, por la aplicación de la más básica ley de la oferta y la demanda, los stocks disponibles se han encarecido notablemente, más si tenemos en cuenta que los costes de fabricación también se han disparado por el incremento del precio de la energía y del gas.
El sector agroalimentario no escapa a las tensiones y los efectos de esta crisis global. Los incrementos de costes energéticos o del transporte se suman al encarecimiento de las cajas de cartón, de los envases de vidrio, de los papeles empleados para la impresión de etiquetas, de los palés y de otros tantos productos necesarios para desarrollar nuestra actividad. ¿Cuál es el problema adicional que afrontamos respecto a otros sectores de actividad económica e industrial? Que no podemos repercutir a nuestros clientes esos gastos adicionales en los que incurrimos para producir.
«No podemos repercutir los mayores gastos a nuestros clientes porque los precios en nuestro sector se establecen de arriba a abajo y somos el eslabón más débil»
¿Y por qué no podemos hacerlo? Porque la fijación de precios en el sector agroalimentario se establece de arriba a abajo y los productores somos el eslabón más débil de la cadena. En productos como los cítricos, además de esa incapacidad manifiesta para influir en la fijación de precios, nos encontramos con otro grave condicionante: la desigualdad de los costes de producción de los países comunitarios frente a los de terceros países, que sigue haciendo rentable la exportación a Europa desde orígenes como Brasil, Turquía, Egipto, Marruecos o Sudáfrica, pese al encarecimiento de los costes globales del transporte. No es de extrañar, por lo tanto, que sigamos asistiendo a un récord tras otro de las exportaciones de cítricos de estos países a nuestro mercado, en un escenario en el que las políticas comunitarias facilitan, además, su entrada en nuestras fronteras en detrimento de los intereses de los productores europeos.
La crisis global afecta también a los consumidores. La cesta de la compra se ha encarecido durante los últimos meses en un 15%, y se esperan nuevas subidas de precios de cara a la campaña navideña. Sin embargo, ese aumento del precio en el punto de venta final no se traslada a través de los diferentes eslabones de la cadena hasta llegar a los productores. Sin ajustes en los márgenes intermedios, corremos el riesgo de que las tensiones propias del escenario actual solo se trasladen a dos grupos: los productores y los consumidores. Es decir, a pagar, los de siempre.