El acuerdo UE-Mercosur, en 2018
Bruselas confía en concluir los tratados con México y con el gigante sudamericano el próximo año.
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A la UE se le resisten los acuerdos comerciales con Latinoamérica. En plena euforia librecambista como contrapeso al proteccionismo de Donald Trump, Europa quiso aprovechar el vacío estadounidense para acelerar todos los tratados de libre comercio que tenía en la recámara. Los responsables comunitarios fijaron el 31 de diciembre como fecha límite para sellar los de Japón, México y Mercosur. El primero se ha logrado. El segundo se cerrará probablemente en los próximos meses. El tercero tiene un futuro mucho más incierto.
Mercosur reúne todas las condiciones para comerciar sin trabas con Europa. Sus 260 millones de consumidores (Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay) convierten a este bloque en el quinto mercado más grande del mundo, según datos de la Comisión Europea. Los vínculos culturales son estrechos y la asociación sureña nunca ha suscrito un acuerdo comercial con otro socio. Inaugurar esos intercambios favorables otorgaría una enorme ventaja a las empresas de la UE. El diálogo, pese a todo, resulta tortuoso. Bruselas y el bloque del sur llevan casi 20 años —con sonoras interrupciones— discutiendo sobre cómo intercambiar bienes y servicios. El buen arranque de este último intento, iniciado en 2016, infundió esperanzas de lograrlo antes de concluir el año. Las partes pecaron de optimistas
“Hemos avanzado, pero aún tenemos que hacer inventario. Vemos el final de este proceso”, lanzó, a modo de esperanza, la comisaria europea de Comercio, Cecilia Malmström, a mediados de diciembre. Negociadores y políticos se reunieron esos días en Buenos Aires y la oportunidad de acuerdo parecía sobre la mesa. Como en tantas ocasiones desde 1999, no se consiguió. Pese a todo, Bruselas insiste en que nunca han visto tan de cerca la meta.
Las discrepancias son sensibles. Por el lado europeo, Francia e Irlanda presionan para limitar la cuota de exportaciones (el acuerdo no contempla libre comercio absoluto) en ternera, muy competitiva en los países de Mercosur. Bajo la bandera de la Europa que protege, el presidente francés, Emmanuel Macron, ha suscitado este debate en las reuniones de jefes de Estado y de Gobierno de la UE en dos ocasiones desde que ganó las elecciones. Aunque finalmente no llegó a pedir una revisión del mandato de negociación, estos recelos franceses han pausado el proceso. Macron trata de presentarlo como un intento de acotar los excesos de la globalización que tanto rentabilizó su rival Marine Le Pen.
Por el lado latinoamericano, las cuitas se centran más en los servicios. Bruselas está dispuesta a aumentar la cuota de vacuno de Mercosur por encima de las 70.000 toneladas al año que incluyó en su última oferta, pero solo a cambio de lo que más interesa a los países comunitarios: acceso a los servicios y a las contrataciones públicas en Latinoamérica. Hay más de 60.000 compañías que podrían beneficiarse de esa mayor apertura. Y ahí Mercosur tiene dificultades para ceder.
La gran incógnita es si las diferencias podrán salvarse en los próximos meses. La Comisión Europea sabe que el margen para concluir el tratado es estrecho. Brasil celebra elecciones el año próximo y en breve ya no podrá comprometerse a nada. En la mente de los negociadores figura el mes de marzo como línea roja imaginaria para este pacto. De momento no hay rondas negociadoras en el calendario.
La UE defiende con ardor las bondades del comercio como generador de riqueza. El mensaje queda sintetizado en un dato: cada 1.000 millones de exportaciones permiten mantener 14.000 puestos de trabajo. Más allá de las implicaciones económicas, fracasar con Mercosur supondría volver a teñir el debate comercial de lecturas políticas. Tras el abandono del ambicioso pacto con Estados Unidos —impracticable con Trump en el poder— y las enormes dificultades para sacar adelante el marco con Canadá en algunos parlamentos de la UE, Mercosur se configura como el próximo reto del libre cambio en el Viejo Continente.
Último esfuerzo para el tratado con México
El pacto entre Bruselas y México sí parece al alcance de la mano. Con todos los focos posados sobre la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC), la firma de un nuevo pacto comercial con la Unión Europea serviría a México para mandar un mensaje nítido a la Administración Trump: que uno de los tres grandes bloques económicos del mundo sí está dispuesto a profundizar en acuerdos modernos y en incrementar los lazos comerciales con países emergentes.
En estas circunstancias, México trata de hacer ver a su principal socio comercial, del que dependen casi el 80% de sus ventas al exterior, que se pueden firmar tratados de libre comercio modernos, adaptados a los nuevos tiempos de la economía y en los que ambas partes salgan beneficiadas, características que tendrá el nuevo pacto con la UE, cuya firma —si los espinosos capítulos agrarios lo permiten— está prevista para los primeros compases de 2018. “Estamos muy cerca de finalizarlo”, declaró recientemente en Bruselas el ministro de Economía de México, Ildefonso Guajardo.
Las exportaciones del país latinoamericano a la UE crecen a ritmo de crucero. En los 10 primeros meses de 2017 registraron un incremento de doble dígito en comparación con el mismo periodo del año pasado. El actual tratado comercial, vigente desde el año 2000, ha ayudado, sobre todo, en facilitación del comercio, al retirar o rebajar aranceles y simplificar los trámites aduaneros. Pero los mayores factores de crecimiento han sido el desarrollo del sector automotriz mexicano —el séptimo más importante del planeta— y su complementariedad con la todopoderosa industria automovilística alemana. También la apuesta del sector agrícola por productos como el aguacate o el tomate, de alta aceptación en los principales países europeos.
Fuente: El País