Acaba de caer en mis manos (más propiamente dicho, en mis redes, porque estamos en la era de las redes), una presentación realizada en octubre del 2014 sobre los circuitos cortos en los Estados Unidos, hecho por un alto funcionario del USDA, el Ministerio americano. Como sabemos que lo que pasa en los Estados Unidos en materia de consumo suele pasar unos años después en el Viejo Continente, su lectura me pareció provechosa. ¡Y no me equivoque!
Las frutas y hortalizas son el sector por excelencia en el que se desarrollan estos circuitos cortos. En el 2007, representaban solo una pequeña parte del consumo alimentario total, un 0,4%, creciendo un 105% entre 1992 y el 2007, sobre todo en las regiones urbanas con buen poder adquisitivo.
El fenómeno está cobrando gran importancia entre los restaurantes; En el 2013, en los Estados Unidos, el 60% de los restaurantes ofrecían en su carta algún plato de circuito corto. El 70% de los consumidores declaraba su preferencia por ir a uno de estos restaurantes.
Se están consolidando, con la ayuda de las autoridades locales y estatales (en el sentido americano de la palabra) nuevos canales de comercialización, más eficientes. Al lado del auge de los mercados campesinos, Wallmart (la primera empresa de distribución mundial) tiene como objetivo alcanzar en el 2020 un 9% de productos locales y algunas cadenas de supermercados más pequeñas se diferencian en base a ofrecer ya entre el 25 y el 40% de productos locales.
Algo está pasando delante de nosotros, a lo que debemos estar muy atentos. El auge de los productos locales y la lucha contra el desperdicio alimentario representan en términos económicos una disminución de la demanda, en particular para los grandes centros de producción especializados alejados de los centros de consumo.
Queda poco recorrido en el desarrollo cuantitativo de las grandes zonas de producción. Mi padre me decía siempre que “Andalucía debe ser la huerta de Europa” y tenía razón. Así ha sido y tenemos grandes logros como la producción de hortalizas de invierno en Almería, de fresón en Huelva o de cítricos en el Valle del Guadalquivir. Así ha sido pero no volverá a pasar.
Este cambio abre, como todos los cambios, un periodo de incertidumbre y de oportunidades.
La agricultura empresarial tiene que seguir con su transformación cualitativa; con la lucha integrada: quién no esté como mínimo en lucha integrada desaparecerá del mercado si no lo ha hecho ya; la agricultura ecológica; con nuevas (y no tan nuevas) variedades, tradicionales o mejoradas; con la revolución logística de la que ya hemos hablado en este blog.
También hay oportunidades. Dan las “felices” (¿) coincidencias que, primero, los circuitos cortos de frutas y hortalizas son intensivos en mano de obra y que tenemos 5 millones de parados y que, segundo, podemos ofrecer gracias a nuestra climatología muchos productos a lo largo de todo el año. Es decir, estamos hablando de un trabajo no completamente temporal.
Con pocas inversiones, poco capital financiero y mucho capital humano, se puede avanzar mucho. Ante el desconocimiento de jóvenes de las técnicas hortícolas y frutícolas, tenemos todavía a muchos de nuestros mayores que pueden encontrar así un campo de acción de gran utilidad. Creamos empleo y cohesión social e intergeneracional. También es necesario movilizar al conocimiento científico y académico. ¿No debería ser esta una de las prioridades de los IFAPAs, CRIDAs y otros IVIAs?
La publicación:
Why Local Food Matters: The rising importance of locally-grown food in the U.S. food system
http://ageconsearch.umn.edu/handle/160752