Un inesperado problema se ha sumado en los últimos meses a la larga lista de pérdidas y sobresaltos que afectan a los productores de cítricos. Esta vez se trata de un ataque bastante generalizado de diminutos caracoles, que han afectado a buena parte de la cosecha y además se han agravado los daños al permanecer en cierto modo ocultos o enmascarados entre las ramas. Los efectos se están haciendo patentes en las últimas semanas.
A diferencia de otras ocasiones no son caracoles grandes, bien visibles, ni tampoco babosas, cuya presencia se aprecia fácilmente, lo que permite que el agricultor detecte la cuestión y acuda rápidamente a eliminar la presencia dañina.
Normalmente se combaten estos ataques de caracoles habituales, bastante frecuentes aunque con incidencias parciales o esporádicas, esparciendo algún producto granulado con metaldehido, el único molusquicida hoy permitido, o también sulfato de hierro en localizaciones más concretas y si no hay riesgo de lluvias que lo diluyan.
Pero esta vez son caracolillos diminutos, difíciles de ver hasta que se perciben sus desagradables efectos: aparecen multitud de naranjas o mandarinas con múltiples heridas pequeñas en su corteza, lo que devalúa totalmente su aprovechamiento comercial. Esos frutos dañados son inservibles para el comercio en fresco, sólo cabe su destino para la industria a bajo precio, y encima lo más normal es que los que han quedado afectados se desprendan pronto de los árboles, momento que permite avistar lo que está sucediendo.
Súbita eclosión
Porque estos caracolillos, que apenas tienen ahora dos o tres milímetros, se esconden entre las hojas y en los recovecos de ramilletes de naranjas, donde van royendo su piel sin que se note al principio su perniciosa presencia. Se sitúan tanto en las zonas bajas de los naranjos (‘faldas’) como en las más altas, encaramándose por el tronco y hasta por las cañas colocadas para levantar ramas y librarlas del contacto con el suelo, precisamente donde podrían ser pasto habitual de babosas y caracoles bien crecidos.
La eclosión de estos caracolillos ha sido intensa y extensa, y afecta a muchas comarcas, tanto en huertos con hierba como en los de suelo prácticamente desnudo, lo que hace más insólito el desarrollo del problema. Al parecer favoreció que esta plaga alcanzara tal nivel la singular sucesión de temperaturas benignas en otoño y tardías lluvias intensas, una combinación que habría favorecido la súbita ‘maduración’ de las puestas de huevos que en otras situaciones se habrían desarrollado bastante después, en la próxima primavera.
No obstante hay dudas entre los agricultores sobre si estos caracolillos son simplemente ‘crías’ de especies habituales que de momento no han llegado a crecer más porque no es su mejor época para terminar de desarrollarse, u otras clases de moluscos gasterópodos que se hubieran extendido últimamente y sin advertirse lo que ocurría, pese a la gran rapidez con que se ha disparado tal problemática. El caso es que el uso de los molusquicidas permitidos ahora no está resultando eficaz, por la propia particularidad del ataque. Si se esparce granulado de metaldehido, aunque se eche por encima del arbolado, los gránulos acaban cayendo al suelo y no matan a estos bichos, tranquilamente atrincherados entre hojas y frutos. Seguramente ni les atrae ‘comer’ del veneno. Si se esparce sulfato de hierro ha de hacerse en el suelo, con lo que únicamente valdrá si los caracolillos todavía no se han encaramado a las ramas.
Fuente: www.lasprovincias.es