Un escenario cada vez más complejo y contradictorio en el comercio hortofrutícola
José María Pozancos, director de Fepex.
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La exportación española de frutas y hortalizas frescas mantiene su evolución positiva superando los 16.000 millones de euros en 2022, según las estimaciones de FEPEX, basadas en datos oficiales hasta octubre. Pero bajo esa cifra global, el sector se enfrenta a un escenario cada vez más complejo y contradictorio, con una Comisión Europea (CE) liderada por las doctrinas medioambientalistas, un crecimiento de las importaciones continuo y un escenario de inflación que afecta fuertemente a la actividad productiva.
En este escenario, hay una preocupación creciente por la alimentación y la seguridad alimentaria, entendida como la disponibilidad suficiente y estable de alimentos para el conjunto de la población, lo que podría suponer que hay un mayor apoyo institucional a los sectores productivos, al menos una corriente positiva, pero no es así.
Por un lado, las importaciones siguen creciendo fuertemente, impulsadas por una política comercial comunitaria que prioriza la globalización del mercado de la UE mientras que es muy poco combativa en la defensa de su sector productor primario. El desequilibrio existente en el mercado de la UE-27 es evidente, con unas importaciones hortofrutícolas procedentes de países terceros de 15 millones de toneladas en 2021, frente a unas exportaciones de 5,5 millones. Este desequilibrio se agudiza cada vez más porque la importación no está sometida a los mismos requisitos productivos y comerciales que las producciones comunitarias, haciendo el modelo de la UE cada vez menos competitivo frente al de países terceros.
Por otro lado, la CE está dirigida actualmente por las doctrinas medioambientalistas. Y aunque todos estemos a favor de producir cada vez más y mejor, teniendo en cuenta las necesidades de una población creciente, y con el menor impacto medioambiental posible, se prioriza un ideario medioambiental, muchas veces ajeno a la evidencia científica, frente a la realidad productiva, social y económica.
En la UE, hemos transitado de un objetivo inicial, que compartimos plenamente, de alcanzar una sostenibilidad competitiva, a una orientación política centrada casi exclusivamente en el componente medioambiental, obviando el social y el económico. En este ámbito, la Estrategia de la Granja a la Mesa plantea un gran desafío a la producción hortofrutícola porque prevé una reducción del uso de plaguicidas de un 50% hasta 2030 y del uso de fertilizantes de un 20%. Aunque compartimos la necesidad de avanzar en producciones lo más sostenibles posibles, es necesario reivindicar reiteradamente la sostenibilidad competitiva. No se puede producir ni tener seguridad alimentaria sin que se garantice la disponibilidad de herramientas de sanidad vegetal suficientes para producir con calidad, de forma segura y con elevados volúmenes, como requiere el mercado. Sobre todo, teniendo en cuenta que, en relación a las producciones de países terceros, no hay reciprocidad en el cumplimiento de los estándares exigidos a los productores europeos.
«Europa prioriza un ideario medioambiental, muchas veces ajeno a la evidencia científica, frente a la realidad productiva, social y económica»
En este entorno complicado habrá que recurrir a las fortalezas del sector, que le han hecho resiliente a lo largo de los años, y entre las que destacaría la diversidad de la oferta. La producción española se caracteriza por ofrecer una gran diversidad de productos, y dentro de cada uno de ellos, hay múltiples variedades, formatos, etc. Diversidad que permite diferenciarnos de otros exportadores. Destacaría también la amplitud de calendarios o la capacidad de comercializar grandes volúmenes para abastecer a todo tipo de clientes y mercados. El sector hortofrutícola contribuye a fijar la población al medio rural por estar presente en múltiples regiones. Además, por el carácter intensivo en mano de obra y el valor añadido que generan sus producciones, contribuye significativamente a la vertebración económica del medio rural.
Por último, frente a la dependencia que Europa tiene de destacados alimentos de mercados muy lejanos, con el consiguiente coste de transporte, huella de carbono, tiempo… España ofrece, además, la cadena de valor más corta para proveer al continente de frutas y hortalizas todo el año.