En el imaginario popular, las naranjas vienen de València. Sin embargo, la realidad es que hay más puntos de la geografía española donde se cosechan toneladas de cítricos, como Andalucía, Murcia o Catalunya. El sello de calidad que identifica a las naranjas es la IGP ‘Cítricos Valencianos’, una marca que tienen, por ejemplo, las ‘Clementines de les Terres de l’Ebre’. ¿Por qué no existe una Denominación de Origen para las naranjas?
IGP son las siglas de Indicación Geográfica Protegida y tiene dos grandes objetivos: la certificación de un estándar de calidad y la promoción de un determinado producto. Desde 1999, ‘Cítricos Valencianos’ es una de ellas. Las naranjas valencianas no tienen Denominación de Origen por un criterio puramente técnico basado en la normativa europea: la DO solo se aplica en productos específicos que se producen en zonas muy concretas, como es el caso del Kaki Ribera del Xúquer, el arroz o la chufa de València. Los cítricos, sin embargo, tienen muchas variedades y se cultivan en una zona “muy amplia”.
En España la DO es el sello de calidad y de origen más conocido por la cultura del vino (DO Rioja, DO Ribera del Duero…). De hecho, son las primeras que se implantaron. Pero agentes del sector recalcan que “una IGP no es menos que una DO”. Están al mismo nivel y tienen el mismo funcionamiento: un Consejo Rector y las etiquetas; la única diferencia estriba en que la DO debe ser producida y envasada en el mismo punto de origen, mientras que la IGP permite envasar en otro territorio. Estas fuentes destacan que en países como Francia y sobre todo Italia las IGP tienen incluso más reconocimiento social.
La IGP valenciana es la más importante de cítricos
La IGP ‘Cítricos Valencianos’ cuenta con un Consejo Regulador formado por 15 vocales del sector citrícola valenciano (naranjas, mandarinas y limones) y certifica que sus productos han sido cultivados en la Comunitat Valenciana y cumplen con los requisitos de origen y de calidad.
Ampara una superficie de cultivo de 183.000 hectáreas repartidas por las comarcas de Alicante, Valencia y Castellón, aunque según la última memoria hecha pública (2016), solo hay inscritas 9.338 hectáreas. En ellas hay 3.082 productores inscritos y 34 operadores y se certifican entre 8.000 y 15.000 toneladas al año. “Y vamos en aumento”, afirman. La cifra es pequeña en comparación con la producción total, en torno a los 5 millones de toneladas anuales; aun así, actualmente es el sello más importante (en números) del sector citrícola en el estado.
Desde la IGP ‘Cítricos Valencianos’ hacen hincapié en que, más allá de las cifras, el sello marca un origen pero también garantiza “una excelentísima calidad” en la fruta. Admiten que todavía falta mucha concienciación y conocimiento del consumidor, aunque actualmente están centrados en trabajar con los distribuidores.
Gracias a esta apuesta, en el último año han pasado de dos a nueve supermercados en los que están presentes, entre los que se encuentran Masymas, Consum, PlusFrésc en Lleida o Spar en Girona. Lamentan que una cadena valenciana de referencia como Mercadona no se haya sumado a la campaña por ofrecer un producto más barato y que no pasa los estándares de calidad de la IGP.
Desde la IGP señalan que donde mejor acogida tiene el sello es precisamente en el extranjero. Aseguran que los cítricos de mejor calidad van a parar al “muy exigente” mercado de Francia, donde se exporta alrededor del 40% de las frutas con el sello; otro 20% se envía a Italia; un 10% a Alemania; un 25% se distribuye por España; y el resto se exporta en cantidades menores a países como Bélgica o Suiza.
El contrapunto lo pone el joven agricultor Hèctor Molina, de Vila-real (Plana Baixa, Castellón), que es productor de cítricos. Apunta a que el desconocimiento de la IGP de los cítricos valencianos es “interesado” y culpa de ello a toda la cadena: desde los productores, hasta el comercio y los consumidores. “Con una IGP conocida, las naranjas que vienen de África no las colarían tan fácilmente en los supermercados. Allí es donde tiene más intereses el gran comercio y el gran empresario”, asevera.
Se refiere a los cítricos que entran en los lineales valencianos a bajos precios y que proceden de África, pero también de Andalucía, donde las variedades se cosechan antes y a precios más bajos, debido a factores como el latifundismo, y que además se presentan como producto “nacional”. El kilo de naranjas valencianas tiene un coste de producción en torno a los 22 y los 26 céntimos, pero se pagan muy por debajo, a unos 10 céntimos el kilo, lo cual denuncia que “es ilegal” pero en la Conselleria de Agricultura “no han movido un dedo”.
Los cítricos andaluces, con unos costes de producción por debajo de la mitad, pueden ser más competitivos en precio. Molina acusa al agricultor valenciano de vender a pérdidas, pero también a las cooperativas de no tener “un interés comercial” porque no asumen riesgos y de aceptar los precios que marcan las distribuidoras y, por último, al consumidor por pagar una cantidad “con la que obviamente alguien está perdiendo”.
Las primeras plantaciones valencianas datan del siglo XVIII
El pliego de condiciones elaborado por la Conselleria de Agricultura destaca que es en la Comunitat Valenciana donde el cultivo de cítricos “tiene la tradición más arraigada” y enumera referencias históricas que van desde obras de Francesc Eiximenis hasta el Tratado de Medicina de 1570. Concretamente, “las primeras plantaciones comerciales para el consumo en fresco datan de finales del siglo XVIII”. Hoy existe en Borriana (Castellón), incluso, un Museo de la Naranja. Sin embargo, y a pesar del éxito de público que tenía, hace casi seis años que está cerrado porque las instituciones dejaron de apoyarlo económicamente.
El mismo documento expone las características “diferenciales” de la naranja valenciana, “tanto en sabor (relación acidez/dulzor), como en color (naranja más intenso), aromas y jugosidad”. Se la puede identificar por su “piel fina, con pocas manchas y lesiones externas”. “Ninguna otra zona productora puede presentar tan gran número de variedades con sus colores auténticos, con sus aromas y fragancias constantemente presentes”, subraya el texto.
La apuesta catalana impulsó la IGP valenciana
Por su parte, los productores de clementinas de Tarragona están dando ahora un impulso a su IGP ‘Clementines Terres de l’Ebre’, sello que tienen adjudicado desde 2003. Los cítricos catalanes que pueden acceder a esta marca de calidad son los del Baix Ebre y el Montsià, sobre todo clementinas, aunque también naranjas.
Su penetración, de momento, es muy residual: solo tienen 198 hectáreas inscritas, 18 productores y 8 almacenes. Esperan certificar con el sello casi 8 toneladas de las 140 que se producen, cifras muy lejanas a las del territorio valenciano. Desde la IGP catalana recalcan que están en una “fase inicial que se ha activado este año” y admiten que, fuera de Terres de l’Ebre, a los catalanes “le vienen a la cabeza primero los cítricos de València”.
Diferentes fuentes afirman, sin embargo, que la idea de proteger a los cítricos con un sello de calidad se originó en Catalunya. De ahí “nació una voluntad política” en la Comunitat Valenciana, a modo de “reivindicación”, para revalorizar el producto valenciano. Ocurrió a finales de los 90, con Maria Àngels Ramon-Llin como consellera de Agricultura en el Gobierno de Eduardo Zaplana. Así, el sello valenciano se acabó registrando y creando antes que el catalán.
La clementina, un híbrido entre la mandarina común y la naranja amarga, se introdujo en Terres de l’Ebre en la segunda mitad del siglo XIX. Fue en la década de 1960 cuando experimentaron su crecimiento más notable. Poco a poco se fue extendiendo y los productores se integraron en cooperativas locales a partir de los 70; hasta entonces, eran los agentes procedentes de València quienes compraban y comercializaban las cosechas.
Las clementinas catalanas se caracterizan, según la IGP que las promociona, por tener “una gran calidad gustativa, un porcentaje de zumo superior y una coloración naranja intensa en la pulpa y en la piel”.
Fuente: http://www.lavanguardia.com