«La única cebolla que hace llorar sin tener que cortarla», retuiteaba el ambientólogo Andreu Escrivà junto a la fotografía de una humilde y solitaria liliácea en una bandeja. Con empaque, como para un regalo, vamos. «Monumento al absurdo y al desperdicio», proseguía ‘fascinado’ por la ocurrencia. «¿Qué sentido tiene envasar este tipo de productos si ya tienen una protección natural y duran tiempo? No hay justificación», razona el estupefacto ecologista que no ve más explicación que la acelerada sociedad. «La gente no quiere detenerse para pesar los productos. ¡Son 30 segundos!», clama resignado a una práctica extendida.
Cebollas, pepinos, berenjenas, pimientos, mandarinas, plátanos… Empaquetados de uno en uno, en parejas o tríos, llenan las estanterías de supermercados. También se ven piezas peladas y cortaditas, lo que, apunta Escrivà, puede beneficiar a las personas con diversidad funcional, aunque no es ese el porqué. Más bien, evitarle al consumidor la tarea.
«Queremos concienciar de este derroche sin otro fin que las compras rápidas», explica Vicente, que desmonta los motivos sanitarios alegados por las cadenas: «En una misma tienda encuentras tomates envasados y a granel». El despropósito es tal que incluso se encuentran frutas y hortalizas embaladas con la etiqueta de granel. Por otra parte, la venta de piezas juntas limita la libre elección del cliente -«necesitas solo dos peras y te tienes que llevar cuatro»– y no se escapan del empaquetado, más bien se incrementa, los alimentos ecológicos. «Alardean del consumo sostenible y te llenan de residuos», protesta la joven ambientóloga, que agrega otra indignación viral: «Nos obligan a pagar las bolsas y nos llevamos a casa mucho más plástico».
Piezas más caras
Los responsables del blog Vivirsinplástico.com, adherido a la campaña, apuntan a la motivación económica. «Muchas de las frutas y verduras envasadas son más caras. Se relaciona el empaquetado con más calidad cuando no puedes ni apreciar lo que estás comprando». Comparte la observación Marta Beltran, coordinadora de campañas de Rezero (Fundació Prevenció Residus i Consum), para quien parte de los envoltorios «tienen un uso más publicitario que higiénico» y luego «muchos acaban en los océanos, donde los peces los confunden con plancton». Ya lo ha advertido la ONU: «En el 2050 habrá más plástico que peces en el mar».
Desde la Asociación Española de Distribuidores, Autoservicios y Supermercados (ASEDAS), se defienden: «Los envases, guantes o materiales de uso alimentario de distintos compuestos, entre ellos de polímeros, son fundamentales para evitar contaminaciones y preservar la seguridad alimentaria. Los supermercados tienen la obligación de vender alimentos seguros como se establece en los reglamentos europeos, base de nuestra legislación».
La asociación apoya las iniciativas que buscan un «uso más racional de todos los materiales que tienen impacto en el medioambiente», pero necesita que se estudie caso por caso y analizando soluciones viables como se afirma en la Estrategia de Plásticos que acaba de publicar la Comisión Europea (todos los envases producidos en el 2030 deberán poder ser reciclados o reutilizados).
María Martínez, responsable de Medioambiente de ASEDAS, admite que «lo queremos todo fácil», aunque invita a «hacer memoria y recordar que los problemas sanitarios son mucho menores que hace tres lustros por los controles». «Se está abusando del plástico, pero habría que estudiar producto a producto», afirma y pone ejemplos. Los cereales, ¿necesitan bolsa y cartón?, plantea. «Sobre el pan, la norma obliga a que en los autoservicios esté cerrado porque a la gente le gusta tocarlo».
«Los alimentos más sensibles y menos protegidos son los candidatos a ir envasados», sostiene Anna Bach Faig, doctora de Salud Pública Nutricional, farmacéutica y colaboradora de la UOC (Universitat Oberta de Catalunya), que apunta las razones de los envoltorios: proteger y alargar la vida útil de los productos y hacer que su consumo sea más fácil y rápido, resume.
Proteger frente a la contaminación
Vayamos al Ministerio de Sanidad. La Agencia Española de Consumo, Seguridad Alimentaria y Nutrición (AECOSAN), adscrita al ministerio, afirma que esas prácticas de envasado «no son el resultado de una obligación de seguridad alimentaria». El reglamento (CE) nº852/2004 menciona que «en todas las etapas de producción, transformación y distribución, los productos deberán estar protegidos contra cualquier foco de contaminación que pueda hacerlos no aptos para el consumo humano o nocivos para la salud…». AECOSAN explica a EL PERIÓDICO que «sin embargo, esta obligación no implica la necesidad de que se utilicen envases, aunque tienen una gran importancia en la mayor parte de los casos para garantizar el cumplimiento de los requisitos de higiene». En cuanto a los materiales que se emplean para el contacto con alimentos, «no deben respresentar un peligro para la salud, provocar modificaciones inaceptables de la composición de los alimentos o provocar alteraciones de las características organolépticas de estos».
Victòria Castell, de la Agència de Salut Pública de Catalunya, ratifica que la normativa no especifica la obligatoriedad del envasado. «Cuando se vende a granel hay dos opciones: o el vendedor sirve el producto respetando las garantías de higiene o en el caso del autoservicio hay mecanismos para cumplir esa seguridad como los guantes o las pinzas». Según Castell, los embalajes obedecen «a los intentos del operador económico de adaptarse a la demanda». Somos prácticos y apresurados. Por suerte, confirma, el péndulo se dirige ahora hacia el granel, cada vez más reclamado.
Josep Maria Tost, director de la Agència de Residus de Catalunya, propone pasarle la patata caliente a Bruselas. «Europa debe revisar las directrices sobre la economía circular propuesta en el 2014 y minimizar los envases superfluos». Ese plástico, informa, contiene hasta 600 aditivos, para la resistencia, que dificultan el reciclaje. «En Europa hay 50.000 fabricantes de plástico que deben reinventarse y hacer materiales compostables». Recuerda Tost que el ‘boom’ del envasado empezó en los 80 por el caso del aceite de colza en España, que llevó a Europa a dictar normativas de seguridad. «En la nevera de mi abuela solo había de plástico la leche y los yogures. Ahora la abres y está todo plastificado: precocinados, endivias, jamón…».
Fuente: Elperiodico.com