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Alimentación

La economía, la agroalimentación y las emociones

Hacer predicciones sobre los escenarios que nos podemos encontrar en 2023 es una tarea ardua y difícil con un importante riesgo implícito que, seguramente, derivará en asumir o justificar un error como resultado final.Fernando Ortega, Consejero en la industria alimentaria y CEO de Servycat.

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Fernando Ortega directivos

Como expresa el profesor Jordi Gual, a pesar de todos los sistemas y herramientas disponibles para poder anticipar la marcha de nuestra economía, se continúa fallando de manera clara y contundente. Solo hace falta tirar de hemeroteca para ver la infinidad de rectificaciones, explicaciones y argumentaciones de importantes entidades y centros de estudios e investigación para justificar que donde dije digo, digo Diego. Eso sí, siempre cuando ya ha sucedido. Para el profesor Gual, la razón principal es el componente emocional de la economía, factor que, por el momento, ningún sistema es capaz de implementar.

Me parece un razonamiento muy aplicable a nuestro sector agroalimentario y, en concreto, a nuestro consumidor en su efecto más importante: la decisión de compra. A pesar de intentar sistematizar y racionalizar este acto, realmente en lo profundo, es un tema de emociones o de estado emocional. Sin darnos cuenta, aplicamos, por un lado, la racionalidad (ej. precio, marca blanca/distribuidor, saludable…), pero a la vez nuestro cerebro nos traiciona y, cuando consumimos, nos lleva a recordar con quién lo hacemos, qué nos generó de satisfacción, un bonito envase… En definitiva, que la decisión no se queda solo en puro objetivismo, también participa lo subjetivo.

Los escenarios del 2023 se vuelven más inciertos y difíciles, pues a la variabilidad objetiva económica se añade la reacción subjetiva del consumidor y, por tanto, el efecto real que puedan tener las medidas o situaciones que se vayan generando.

Cerramos el 2022, casi in extremis, con la adopción de una serie de medidas, en su mayoría esperadas desde hace tiempo y cuyo efecto veremos en 2023. Por suerte, o acción de alguna mente lúcida, se descartaron otras opciones como la de limitar los precios o una mayor carga impositiva que hubieran generado efectos muy adversos en el medio/largo plazo, sobre todo para la parte más débil de la cadena de valor.

Nuestro mercado es muy diferente a otros y el intervencionismo -nunca deseable- debe ser sutil y medido, si no la complejidad del ecosistema agroalimentario genera mecanismos de defensa que acentúan más si cabe el desequilibrio entre oferta/demanda y, por ende, los precios y el potencial desabastecimiento. Ejemplos tenemos en nuestra historia para aprender y no aplicar. Pero volvamos al efecto emocional.

La bajada del IVA para determinados productos alimentarios supone añadir a la acción directa sobre el PVP (veremos en sí el impacto) dos hechos importantes:

1) Condicionar la generación de precio. De manera que elimina de forma directa que, al marcar el precio, se tenga en cuenta el efecto inflación. Un economista amigo acostumbrado a trabajar en países inflacionarios siempre me explicaba que el problema no era solo la inflación en sí, sino que estaba tan interiorizada que el mecanismo de creación del precio llevaba implícito el efecto de inflación y, por tanto, un incremento desmesurado del PVP.

2) Efecto placebo en el consumidor. De forma que ayude a no ralentizar en exceso el consumo con el “atractivo” del descenso regulado temporal del precio, generando un efecto directo sobre el bolsillo.
El resto de medidas aprobadas entran dentro del sentido común a aplicar en estos casos, si bien con muy distinto calado. Entregar 200 euros para consumo me parece una medida solidaria cortoplacista que aliviará momentáneamente la presión sobre el bolsillo a los más desfavorecidos. En cambio, sí me parecen muy positivas las ayudas al sector primario; su impacto en la elevación de costes (combustibles, fertilizantes, materia prima o factores climáticos con reducción de producción/productividad, quiebra logística…) está orientado a eliminar posibles cierres o disminuciones de producción de explotaciones que llevan tiempo bajo mínimos. Recordemos que estos primeros eslabones son los más débiles para afrontar periodos convulsos y de duras negociaciones con otras partes de la cadena de valor. Obviamente, esto discurre (no de forma total) por los diferentes elementos constitutivos (primario, secundario y terciario) en la formación del escandallo y precio final al consumidor.

«No todo el aumento de costes ha sido repercutido en el precio y este hecho debe ser sabido, que no se busquen chivos expiatorios»

Veremos los efectos de estas medidas en los próximos meses, tanto sobre los elementos del complejo sistema agroalimentario como en nuestro principal foco (consumidor), pues el resultado de buen seguro estará diferido en el tiempo. Y obviamente, generar una redistribución de valor en la cadena agroalimentaria, ese tan cacareado reequilibrio (hasta el momento claro desequilibrio) entre los eslabones, sobre todo primarios. Fomentar una agricultura eficiente, de precisión, con aplicación de recursos y prácticas propias de nuestro siglo y que están a nuestro alcance (tecnología, digitalización, sostenibilidad…) sin duda empoderará y llevará a darle el valor necesario (intensificación sostenible).

El esfuerzo de todo el ecosistema agroalimentario en estos años ha sido y está siendo superior a cualquier valoración que pueda hacerse. Según las cifras, la inflación en alimentación y bebidas no alcohólicas supera el 15%, mientras que el incremento de los costes principales constitutivos del escandallo productivo y operativo ha superado con creces estos valores, lo cual se traduce en que no todo el coste ha sido repercutido en el precio y, por tanto, ha ido a la merma ostensible del margen. Este hecho debe ser constatado y sabido, que no se busquen chivos expiatorios donde no los hay; por el contrario, hay sacrificio, esfuerzo, limitación y solidaridad.

Nos tendremos que enfrentar a un mercado que sigue una tendencia a la baja, acelerada en cantidad (-8,8%) y atenuada en valor (-2,5%), sobre el que hay que plantear la estrategia y plan de acción. Obviamente, abundarán las ofertas y promociones, descuentos y fidelizaciones cruzadas y la potenciación de productos más “estándar” o básicos con escasas opciones para nuevas apuestas o cambios. Si bien debemos ser conscientes de la ampliación del gap entre el consumidor cuyo foco es el precio del que continúa primando la calidad o la experiencia de compra. Ambos coexistirán y deberemos adaptarnos diversificando nuestra oferta.

Un consumo interno reprimido deberá significar intentar romper nuestro mercado natural hacia otros posibles. En primer lugar, habrá que orientar esfuerzos hacia la exportación; nuestro sector ya tiene experiencia y consolida año tras año cifras de evolución y crecimiento, superando en octubre de 2022 los 50.000 millones de euros (+13,8 %) con un superávit de la balanza comercial por encima de los 10.000 millones. La participación de frutas, verduras, hortalizas y legumbres continúa liderando las exportaciones con más de 17.000 millones de euros (+5,4%). La apuesta por nuevos países fuera de nuestro entorno europeo, como EE.UU. o Canadá, favorecerá el ritmo de crucero mantenido y constante, consolidándose como claro sector exportador y diversificando los riesgos comerciales. Tendrá mucho que decir el tipo de cambio al que se sitúe el euro y, por tanto, las políticas que decida el BCE.

Existe un hecho de especial relevancia que afectará, ya veremos el grado, al precio: el impuesto al plástico de un solo uso. Según estimaciones, este coste adicional supondrá más o menos el ahorro en el IVA. Por la conformación del precio (al final es el factor primordial de conformación), seguramente su traslado será paulatino y modulado, aplicado también teniendo en cuenta el impacto sobre el consumidor y el consumo. De buen seguro veremos acciones educativas de fomento de los productos a granel, envases reutilizables y de la gestión del desperdicio alimentario como sistemas de reducción del impacto de dicho impuesto.

La innovación ganará protagonismo dentro de las acciones operativas y estratégicas en nuestras empresas, es un vector fundamental para afrontar el escenario descrito y el desarrollo y evolución de las diferentes magnitudes económicas que fijan nuestros modelos de negocio. Con una aceptación amplia del concepto, no solo dirigido a producto sino también a “nuevas formas de hacer y trabajar”. Aquí es clave la participación de nuestro “talento” en el aporte de ideas, mejoras, métodos y generación de cultura en la organización.

Me permito aportar un ejemplo centrado en el subsector de fruta. Joel Castanyé, al frente de su restaurante La Boscana, hace una apuesta clara por introducir la fruta dentro de cada uno de los platos de su propuesta gastronómica, de forma que no la relega a un postre, que tantas veces entra en competición con el lácteo o el pastel de turno, sino que se genera un hilo conductor con diferentes alternativas de la fruta local, próxima, de la zona de Lleida. Innovar con un sentido práctico, de valor añadido, de dar algo más que posicione el producto (ej. marca, uso, facilidad de consumo, de acceso, concepto…).

Nuestros procesos productivos y operativos deben implementarse dirigidos al uso de herramientas clave en su aplicación que generen retornos tempranos y mejoras que ayuden a ser más competitivos, reactivos y anticiparnos dentro de este entorno complejo. Conceptos como automatización, tecnología aplicada, transformación digital… necesitan incorporarse a nuestros sistemas en la forma y manera precisa. ¿Somos realmente eficientes? ¿Podemos mejorar nuestros costes constitutivos de nuestro escandallo? ¿Podemos generar mejores condiciones de trabajo que faciliten la incorporación de talento? ¿Gestionamos correctamente nuestra operativa, con la necesaria anticipación a las necesidades de nuestro cliente-consumidor? Realmente es necesario hacerse estas preguntas y generar proyectos técnicos viables económicamente, que den respuestas y posicionamientos que nos permitan procesos, metodologías, procedimientos adaptados a los nuevos requerimientos, liberándonos y generando una menor dependencia de los cambios y avatares que desde nuestra óptica no controlamos ni controlaremos.

La estabilidad, continuidad y cada vez carácter más estratégico ha supuesto que las empresas agroalimentarias formen parte de las carteras de estudio de inversores que hasta hace poco centraban sus recursos y esfuerzos en otras opciones. La particularidad de la composición y conformación de los elementos constitutivos (familiares, pymes, locales, especializadas, concentradas, imagen, …) las hace atractivas tanto por el negocio que desarrollan como muchas veces por los activos que atesoran. Otro hecho al que debe darse la importancia debida y que, en 2023, de buen seguro se planteará a muchos de los propietarios que deberán tomar decisiones respecto a términos como continuidad, legado, transformación, vertebración…. De una forma u otra influirá en el devenir del sector y su desarrollo.

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