Muchas veces, en el sector parece que falta esa visión más a largo plazo. Las campañas influyen y condicionan el futuro más inmediato, ¿es posible la sostenibilidad económica en el sector hortofrutícola a medio plazo?
Si la pregunta es si es sostenible todo el sector, es posible que no lo sea al completo, pero en su mayoría sí. Hay que ver lo que es imprescindible, no creo que podamos renunciar a todo un sector como el hortofrutícola, la sociedad no puede renunciar a ello por cara que sea la producción, así que el sector seguirá existiendo, pero la sostenibilidad dependerá de cada cultivo y de qué empresa o explotación agrícola concreta sea más o menos rentable y activa comercialmente. Puede haber algún cultivo que no sea sostenible, pero el sector va a seguir existiendo y, por tanto, tiene que ser sostenible, aunque se encarezca.
«Hay que alentar la agrupación empresarial, llámese lobby u otra organización para concentrar la oferta mediante unidades empresariales con mayor capacidad competitiva»
Hace una década, una publicación de la Harvard Business Review ya recogía que “el mayor coste no se traduce en unos precios más altos para los clientes, sino en el impacto para el planeta”. ¿Cree que es consciente el consumidor de que cada vez será más caro producir alimentos? ¿Cómo afecta a la sostenibilidad económica de las empresas?
El consumidor también es una expresión muy genérica. Los hay perfectamente conscientes, pero, en general, tendrán que asumirlo. También considero que van haciéndose una idea cuando se encarece el precio del petróleo y, si tienen coche, tienen que seguir pagando el combustible. La sociedad cada vez es más reflexiva de los fenómenos que ocurren en el mundo y tienen una mejor explicación de los mismos, pero eso no quita que no les guste tener que pagar más caro. A las empresas no les afectará, a no ser que aparezcan productos sustitutivos y, en lugar de comer tomates o fresas, si aparecen más baratos, apetecibles y digestivos, pues quizás cambien, pero, saludables, accesibles y de calidad, no es tan sencillo.
Los sustitutivos podrían ser los productos de los países terceros que pueden tener un precio más bajo y perjudicar al sector agrícola…
Hay que contar con ello, con una competencia externa de países mediterráneos, que van a vender más barato. Esto es inevitable por consideraciones internacionales, de equilibrio de mercado, por intereses geoestratégicos, que no se pueden estar limitando las producciones del norte de África, etc. Ante esto hay que trabajar en dos direcciones. Por un lado, un país como España, de renta media-alta, no tiene que especializarse en competir en precio, sino en calidad, en variedades, innovación, tecnología, durabilidad, sabor, sanidad vegetal, facilidades comerciales. Por otro lado, hay que graduar la relación comercial con esos países. No es aceptable de un día para otro que haya una avalancha de producción externa que compite y barre nuestro mercado, por lo que es lógico pedir que haya una gradualidad y cierta protección a la producción nacional.
Respecto a la sostenibilidad medioambiental, muchas veces se le exige al sector una serie de requisitos que condicionan los márgenes. ¿Cómo se puede alcanzar ese equilibrio ante la emergencia climática que vivimos? ¿Realmente hay una demanda de los consumidores en ese sentido y luego está dispuesto a pagar un poco más por esos productos?
Esas obligaciones que vienen determinadas por las exigencias ambientales van a continuar porque los ciudadanos exigen protección ambiental y seguridad alimentaria. El consumidor lo demanda y la mayoría de los ciudadanos europeos. Pero lo que tiene que ocurrir es que esas exigencias también sean para las importaciones. Y si esas obligaciones les afectan a todas las empresas y eso significa que aumenten los costes, todas tendrán que trasladarlos a precios, por lo que se generalizará. Lo principal es que esas obligaciones sean de obligado cumplimiento para todos, sea nacional o importado; y que se persiga su cumplimiento. Ahí se jugaría con las mismas reglas de libre competencia, quien sea más eficiente venderá más y mejor porque esos determinados costes les afectarán a todos por igual y estaremos ante un nuevo equilibrio. Lo que ocurre es que hay que hacerlo bien, de lo contrario, comprendo el malestar de los empresarios porque ven que al sector de al lado, el tratamiento es diferente.
El sector se queja de que lleva con la ‘tormenta perfecta’ desde el COVID, unido a la sequía, con tres años recibiendo golpes…
Estamos en un mundo más líquido, en transformación, que afecta a todos los sectores. Todos tienen problemas porque existen muchos cambios e incertidumbres, pero el sector hortofrutícola y el agrario en general, está teniendo un comportamiento muy aceptable en términos agregados. Lo fundamental es adaptarse tecnológicamente, es decir, con innovación, técnicas de producción, el control sanitario, el funcionamiento comercial y de organización y gestión de la empresa, etc. Y otra cosa, la oferta hortofrutícola procede, fundamentalmente, de pequeñas empresas o explotaciones, con poca capacidad de negociación, y hay que alentar la agrupación empresarial, llámese lobby u otra organización para concentrar la oferta mediante unidades empresariales con mayor capacidad competitiva.
Pero, el sector no termina de dar ese paso, ¿por qué le cuesta tanto cambiar de mentalidad?
Los cambios de mentalidad son muy lentos. Los comportamientos sociales no cambian de la noche a la mañana, exigen mucho tiempo, normalmente, generaciones. Pero la gente tiene que aprender y los que no lo hagan, están abocados al cierre de sus empresas. No hay mejor forma de aprender que la propia experiencia, o innovas y te organizas, concentrándote, o cierras. Tienen que verlo y, a largo plazo, es el camino.
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