La Unión Europea negocia en nombre de todos sus Estados miembros los protocolos de importación, pero tiene que ser cada país miembro el que negocie sus protocolos de exportación. Esta diferencia, y el peso político y económico de los intereses importadores, explican la falta de reciprocidad entre las exigencias que imponemos a los países terceros para permitir sus importaciones y el calvario que sufren nuestros exportadores para acceder a sus mercados.
Digámoslo con claridad. La culpa no es toda de los intereses importadores europeos. Los países europeos y los productores tienen también su parte de responsabilidad.
“Yo tuerto con tal de que tu ciego”, podría ser un buen resumen de la situación. A la hora de la verdad, al menos de momento, ningún Estado miembro ha querido que sea la Comisión Europea (CE) la que negocie en nombre de todos, sino que han preferido intentar conseguir para sus productores un trato especial y diferencial que les de ventaja frente a sus competidores europeos. Yo viví directamente cómo en el 2002, cuando Estados Unidos impuso el veto a las exportaciones españolas de clementinas, el Gobierno español le pidió, elegantemente esto sí, a la CE que no interviniera en una negociación que estaba en las manos de nuestro presidente de la época. Que quede claro que estoy convencido de que, independientemente del color político del cargo, la demanda habría sido la misma. Era “un asunto de Estado”.
La Unión Europea ha empezado el (largo) camino de revisar su política comercial en búsqueda de una (mayor) reciprocidad en las concesiones mutuas y de unas “cláusulas espejo” que eleven las garantías que brindan al consumidor europeo los productos importados, al mismo nivel que las que ofrecen los productos europeos. Estamos hablando no solo de límites máximos de consumo, sino de, entre otros, la lucha contra la deforestación y el cambio climático o la explotación de niños y mujeres.
En el sector de las frutas y hortalizas, ello requiere que España asuma su papel de líder europeo, asegure una mayor presencia en Bruselas y vertebre una mayor coordinación efectiva de los exportadores para romper la maldición del refrán antes mencionado.
Una vez más, y como en otros muchos temas, frente a las tendencias nacionalistas, la solución pasa por “Más Europa”, una Europa más fuerte y solidaria, y no se encuentra en un repliegue nacionalista. Este, en un mundo globalizado, es imposible, pero resulta además incomprensible en un sector exportador líder como el español.