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Europa, en el corazón y… en la urna

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El 3 de mayo pasado, la oficina de la Comisión Europea en Madrid organizó un concierto en el Auditorio Nacional con la novena sinfonía de Beethoven. Una vez más, el cuarto movimiento, el himno a la alegría, el himno europeo, magníficamente interpretado por el Orquestra y el Coro Juvenil Europeo de Madrid, me puso la piel de gallina.

Los españoles que emigraron a Europa y nosotros, los hijos de esos emigrantes (en mi caso, los hijos del exilio), no necesitamos que nos expliquen porque es importante Europa. Hemos contribuido a construir con nuestro trabajo, nuestros esfuerzos y nuestros sueños esta Europa que hoy nos convoca a las urnas. Yo como español antes era un “spingoin”, mis vecinos italianos eran “rital”. Hoy somos ciudadanos de pleno derecho de una Europa que es más nuestra que de otros muchos.

Me acuerdo de la primera Presidencia española de la Unión Europea. Me acuerdo por ejemplo de la intervención emocionada y emocionante de Aurelio Segovia, funcionario español que tuvo la responsabilidad de presidir los grupos de trabajo en el Consejo de Ministros sobre aceites y materias grasas. Sus palabras, su emoción, se han quedado grabado en mi para siempre: “Ustedes no pueden comprender lo que significa para un funcionario español, para un demócrata español, estar de Presidente de unas reuniones europeas”.

Porque Europa también es esto: una garantía de que los tiempos históricos de las dictaduras, de los “Viva la muerte”, de los “voxiferantes”, de los 100.000 hijos de San Luis, no volverán nunca más. Los que vivimos la entrada de España en las Comunidades Europeas, iba a escribir la vuelta a la casa donde debíamos estar desde hace mucho, tuvimos la sensación de salir definitivamente de uno de los túneles en donde habían encerrado a nuestra patría.

Accesoriamente, muchos de los hijos de emigrantes y exilados, hemos decidido, hemos elegido ser españoles, pudiendo haber sido franceses, belgas, alemanes…. Nadie nos puede dar lecciones de patriotismo, por mucha pulserita bicolor que llevan en la muñeca. Nosotros somos españoles y, por supuesto, somos europeos, genuinamente españoles y genuinamente europeos.

Europa es, por supuesto, también mucho más. Como todas las cosas que podemos amar, nos hace sufrir, aunque en realidad lo que nos hace sufrir no es Europa, sino la falta de más Europa.

Es verdad que tengo la sensación de que Europa no está respondiendo adecuadamente a los retos con los que estamos confrontados. Por solo poner tres ejemplos, podríamos citar el cambio climático; las injusticias y las guerras en el mundo que empujan a gente desesperada a arriesgar su vida en el Mediterráneo y  las crecientes desigualdades que en nuestra sociedad ha dejado la crisis económica. Pero esto no es la culpa de Europa, sino de la falta de Europa, de la escasa voluntad de nuestros políticos nacionales por construir en serio y cuidar nuestra casa común.

Europa es, lo hemos dicho, mucho más. Los fondos europeos han contribuido poderosamente a la modernización de España. Sin los reglamentos europeos, nuestro medio ambiente  estaría mucho más desprotegido; Doñana y los deltas del Ebro y el Guadalquivir no serían lo que son; no habría zonas Natura 2000; el campo estaría abandonado; los derechos de los consumidores se respetarían mucho menos.

Nuestra balanza comercial agro-alimentaria era deficitaria, es hoy superavitaria. Sin Europa, sin el acceso a los 600 millones de consumidores que representa, no seriamos actores importantes en los mercados de las frutas y hortalizas, el vino, el aceite de olive, el porcino o los automóviles por solo poner 5 ejemplos.

Es verdad que las elecciones europeas no son todo lo europeas que deberían ser. Muchos debaten y votarán en clave nacional, sin comprender la magnitud de lo que está en juego. Las tres cuartas partes de nuestra legislación nace en Bruselas. Hoy el Parlamento Europeo tiene auténticos poderes para influir, impedir, promover, decidir conjuntamente con los Ministros reunidos en su Consejo.

Muchos creen que “Bruselas” ha decidido sin darse cuenta que los que verdaderamente deciden son nuestros ministros y nuestros diputados. El 26 de mayo tenemos una gran oportunidad para elegir directamente a nuestros representantes, a los que van a poderosamente condicionar nuestra vida en los próximos años e incluso décadas.

Por esto, tenemos que tener no solo Europa en el corazón sino en las urnas.

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