La Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos (COAG) publica cada mes el Índice de Precios en Origen y Destino (IPOD) de los alimentos. El Observatorio compara el precio percibido por el agricultor y el pagado por el consumidor. En la edición de mayo, según recoge un artículo de la revista Mercados, se concluye entre otras cosas que “el margen comercial más alto aplicado por la distribución a los productos hortofrutícolas se ha dado en el limón con un 895 por ciento, ya que se ha pagado a los productores a un precio medio de 0,19 euros por kilo mientras que los consumidores lo han tenido que pagar a 1,89 euros por kilo, 9,95 veces más caro”.
De estas cifras presentadas como tal, el lector puede sacar varias conclusiones: hay un intermediario que está robando tanto al agricultor como al consumidor; el agricultor es tonto o vago porque en vez de vender directamente vende a un intermediario cuando se podría forrar; el consumidor es bobo porque compra a precio de oro lo que vale mucho menos.
Nada de esto es verdad, ni hay ladrón, ni el agricultor es tonto, ni el consumidor es bobo. No pongo en duda las cifras. Conozco y respeto demasiado a los servicios técnicos de la COAG, aprecio su competencia y dedicación como para pensar en ello. Las cifras son correctas pero, como muchas estadísticas, hay que saber leer la historia que los datos nos cuentan, y no siempre la verdadera es la más evidente.
Aunque sea un tomate, comercialmente no es lo mismo un tomate a pie de finca o de alhóndiga y un tomate envasado en un supermercado. Lo mismo acontece entre un limón en árbol en el campo y una cesta de 4 limones en una tienda.
La gran mayoría de los gastos necesarios para la comercialización son fijos, no dependen del precio del producto manipulado: los salarios, el transporte, la luz, el empaquetado, la amortización de las instalaciones.
Si un limón “vale en campo 0,19 € y se vende en tienda a 1,89 €, es verdad que es un 995% más caro. Si este mismo limón “vale” 0,50 €, podría valer en tienda 2,5 €, y este porcentaje ha bruscamente descendido prácticamente a la mitad, un 500%, ¿se ha despistado el avisador? ¿Se ha vuelto menos tonto el agricultor y menos bobo el consumidor? De nuevo la respuesta es negativa.
En otro artículo, publicado en la Plataforma Tierra a raíz de la presentación de los resultados de Mercadona y titulado Los escorpiones, Mercadona, los plazos de pago y los alimentos baratos, recordé el cuento del escorpión que se ahoga al cruzar el río picando a la rana que le estaba ayudando. Califiqué a la cadena alimentaria como una “cadena de escorpiones”, siéndolo todos sus actores (consumidores, industria alimentaria y distribución), y destacando que su eslabón más débil, el productor agrario, es también un escorpión, pero más pequeñito. Para mayor desarrollo, les invito a que consulten el artículo en cuestión.
Concluí, entre otras cosas, que sería muy fácil encontrar al ladrón abusador para arreglar el tema. En cambio, es bastante más complicado avanzar en lo concreto para conseguir primero una cadena creadora de valor y luego un reparto equilibrado de este valor entre sus actores. No es sencillo conseguir que los escorpiones colaboren entre ellos, aunque este sea el interés real de todos y cada uno de ellos.
Para hacer lo necesario posible, disponemos de instrumentos que nos ayudan en esta difícil tarea. Se llaman organizaciones comerciales de productores, asociaciones de estas organizaciones de productores, interprofesiones, observatorio de la cadena alimentaria, ley de la cadena alimentaria…
No me cansaré de repetirlo: antes de inventar nuevas leyes, se debería controlar bien las que existen, evaluar participativamente con un poco de tiempo su funcionamiento y generar un amplio consenso sobre como mejorarlas.