La Tuta absoluta es, paradójicamente, la causante del declive del control biológico en tomate y también de su resurgir. Cuando los daños de esta polilla comenzaron a ser importantes, el control químico pasó a un primer plano; sin embargo, la aparición de resistencias en la plaga y la consiguiente pérdida de eficacia de los fitosanitarios selectivos utilizados han supuesto “un aumento de forma exponencial de la superficie de tomate con control biológico en los últimos dos años”, afirma Federico García, director comercial para el Sur de Europa de Bioline Iberia. En la última campaña, se han alcanzado las 5.372 hectáreas en Almería, según la Junta de Andalucía, el 64% de la superficie total de tomate.
Su eficacia, sostenibilidad y ausencia de residuos convierten al control biológico en un método de producción totalmente alineado con las nuevas tendencias de consumo y que, a su vez, ha demostrado una rentabilidad contrastada de cara al agricultor. “Es la forma más rentable para controlar las plagas”, apunta García y explica que, si bien la inversión inicial puede resultar más alta que tratamientos fitosanitarios aislados, a lo largo de la campaña, el control biológico resulta más rentable. “Hay muchas menos intervenciones que con el control químico y, además, año tras año, el agricultor es capaz de optimizar su estrategia, puesto que tiene un mayor conocimiento de su parcela, interacción entre plagas y auxiliares, utiliza formulaciones más específicas y dosis más ajustadas”.
Todo ello, unido a las mayores limitaciones en el uso de materias activas, convierte al control biológico en “la piedra angular del control de plagas”, pero ni mucho menos en la única herramienta. En este sentido, García aboga por el uso combinado de la fauna auxiliar, fitosanitarios selectivos y prácticas culturales como fórmula para lograr cultivos más sanos y sostenibles.
El sello CART
Son las siglas de Climate Adapted Release Technology e identifican a todos los productos de Bioline creados con una tecnología respetuosa con el medio ambiente, usando materiales biodegradables y reciclables, y disminuyendo la huella de carbono, gracias a la cercanía a sus clientes. Y es que la compañía puso en marcha hace dos años su propia biofábrica en El Ejido (Almería), que “nos permite ofrecer a nuestros clientes un producto de la máxima calidad en muy pocas horas”.
Por último, Bioline ha estado reforzando su equipo técnico para dar mejor asesoramiento a todos sus clientes y distribuidores.