En el frenesí del cierre de la frontera rusa del pasado verano, la administración pública y los representantes del sector hortofrutícola europeo nos centramos, a corto plazo, en la consecución de medidas comunitarias que sirvieran para paliar los efectos del veto, que había sido consecuencia de un conflicto geopolítico en el que los productores ni sus cooperativas tuvimos nada que ver. Finalmente se lograron una serie de reglamentos, por los que se han aplicado desde agosto un conjunto de “medidas excepcionales” consistentes básicamente en la retirada de productos del mercado, previa indemnización, con las que se pretendía reequilibrar el sector, gravemente perturbado. Estas medidas tuvieron sus luces y sombras. Lo mejor: que la Comisión, en un alarde de coherencia, decidió priorizar las ayudas hacia los productores organizados (socios de cooperativas) y que la financiación finalmente no corrió a cargo del propio sector. Lo menos acertado: primero, fueron medidas que en algún caso –a pesar de los esfuerzos del funcionariado- no llegaron a tiempo ni a todos los productos. Segundo: un presupuesto asignado distribuido en función de los flujos históricos de exportación de cada país a Rusia obviando que una vez desequilibrado, el mercado europeo –mercado único- se hundió y perjudicó por igual a todos los productores hortofrutícolas… Medidas, en todo caso, justamente debidas y que tendrán que perdurar en tanto en cuanto el conflicto de la UE con su vecino no recupere un clima que permita reanudar las relaciones comerciales… El sector seguirá reclamando que la UE se responsabilice plenamente del daño colateral ocasionado por decisiones geopolíticas adoptadas y, por lo tanto, dé una respuesta eficaz, sostenida y generosa.
Paralelamente a las medidas paliativas, debería ser una prioridad para la UE recuperar ese mercado, que no es “cualquiera” ni fácilmente sustituible: supone un volumen de 2.000M€, absorbe el 40% de las exportaciones extracomunitarias europeas en FH; la implantación en el mismo hasta convertirnos en su principal proveedor se logró con un esfuerzo largo e intenso que ahora no se puede tirar por la borda; su cercanía y su población lo convierten en estratégico. Que no se pierda de vista ese objetivo, aún a sabiendas de que depende de factores “macropolíticos” y que quizá las condiciones después del restablecimiento no volverán a ser las mismas (¿la producción local se habrá desarrollado? ¿otros proveedores se habrán posicionado? Las relaciones administrativas y las de proveedor-cliente no volverán inmediatamente al punto en el que se suspendieron…).
Pero el veto ruso puso en evidencia el riesgo de la excesiva dependencia de la UE en un mismo destino -además tan inestable- y ha animado otro debate, tanto en las administraciones públicas como en el propio sector: el de la diversificación de los mercados. Así, dentro de las baterías de “medidas” reactivas al veto ruso, anunciadas por cada gobierno estatal, por la Comisión en Bruselas, la “diversificación de los mercados destino de la exportación hortofrutícola de la UE”, pasaba a un primer plano en la agenda política. Se constituyeron, aquí y allí, grupos de expertos para trabajar a favor de dicha “diversificación” y nuestros políticos entonaron presumidos eso de “no hay mal que por bien no venga” o “de la dificultad a la virtud”. Comparto esa reacción y la visión optimista de la evolución y la proyección de este sector exportador. Pero se necesitan menos titulares y más acciones para cumplir esa misión y considero que no todos están igual de implicados actualmente.
Evidentemente, los operadores no tenemos otro remedio que trabajar e invertir para la diversificación y volcarnos hacia esos otros destinos. Algunos estamos en ello desde hace años y tendremos que mantener e intensificar nuestros esfuerzos; otros tendrán que ponerse. En los últimos diez años, el sector hortofrutícola europeo se ha enfrentado a cambios profundos y retos como: el incremento de los costes de producción, los cambios en los hábitos de vida y la proliferación de productos sustitutivos, la caída del consumo, las exigencias crecientes en materia de sostenibilidad de los sistemas de producción, la apertura del mercado comunitario y el desmantelamiento de las restituciones a la exportación, y el tipo de cambio €/USD a menudo desfavorable. Es justo destacar que los productores y exportadores hemos realizado esfuerzos de adaptación notorios, en materia de producción, innovación, calidad, logística, canales de venta… gracias a los cuales -y, ciertamente, al aumento de la población con capacidad de pagar cantidad y calidad en determinados países- somos absolutamente competitivos en los mercados internacionales. Con todo ello, el sector ha tratado de compensar la caída o estancamiento del consumo interno y de guardar el difícil equilibrio del mercado comunitario recurriendo a la exportación hacia terceros países, lo cual ha permitido penetrar y aumentar notoriamente las exportaciones a regiones vecinas (entre ellas Rusia, y el resto de naciones del Este que crecieron en más del 200% en la última década) o destinos más lejanos sin excesivas Medidas Sanitarias y Fitosanitarias (MSF) artificiales como Brasil, Argelia o países de Oriente Medio, donde los volúmenes exportados se han cuadruplicado en el mismo periodo.
Pero estos ejemplos no son la generalidad: son más frecuentes los destinos que imponen la firma de protocolos fitosanitarios que se convierten de facto en barreras comerciales. Países -no olvidemos- que tienen en muchos casos vía libre para exportar producto fresco a la UE o ¡que están amparados por acuerdos bilaterales! Israel, Turquía, México, que reciben cantidades importadas desde Europa que son 20 o 30 o 50, o cientos de veces inferiores a sus volúmenes de exportación a la UE. Tampoco se ha conseguido penetrar en otros países que operan en el marco multilateral de la OMC (como los dos principales mercados emergentes, India y China, con 2.500 millones de consumidores) los cuales también imponen condiciones fitosanitarias restrictivas o niveles de aranceles infranqueables.
Como consecuencia de todo lo anterior, Europa tiene una balanza comercial hortofrutícola claramente negativa con la inmensa mayoría de regiones del mundo. Estas cifras y hechos demuestran, primero: que ciertamente, quedan oportunidades por explotar. Segundo: que el problema no está ya en la comparativa de producto y precio sino en la existencia de barreras artificiales sanitarias y fitosanitarias de acceso de las FH para penetrar en terceros países, lo cual pone en evidencia la relación asimétrica de Europa con el resto del mundo. Tercero: que ni el Acuerdo de MSF de la OMC (el cual, por ejemplo, no ha logrado el reconocimiento mutuo de controles) ni los Acuerdos Comerciales negociados por la UE con algunos países (por los que se eliminan aranceles pero no barreras no arancelarias) son capaces de levantar esos obstáculos. Ante este panorama, la Comisión Europea debe liderar nuevas acciones, ofensivas y defensivas.
Iniciativas ofensivas: apoyándose en las autoridades de los EEMM y el sector, pero tomando las riendas y asumiendo la decisión política de diseñar y aplicar una estrategia exportadora decidida, sostenida, programada y común, basada en la reciprocidad. Debe concentrar sus esfuerzos en permitir explotar todo el potencial exportador europeo del sector hortofrutícola, que vive del mercado y no de las ayudas comunitarias. Y para ello debemos dejar de actuar poniendo parches un día para este producto, otro día para este país, e intervenir de raíz. La UE debe asumir la responsabilidad de la negociación única de la apertura de los mercados de países terceros, de la misma manera que asumió hace mucho tiempo la responsabilidad de abrir la frontera de nuestro mercado único en beneficio de esos mismos países. No tiene ninguna lógica ni responde a ninguna estrategia ofensiva que la UE “negocie las entradas” pero que cada Estado miembro tenga que “buscarse la vida a la hora de exportar”. Está bien que apoye a determinados gobiernos estatales cuando negocian determinados expedientes, que cree plataformas para compartir on line información sobre el acceso a los mercados, o que anime grupos de expertos… Pero eso no es suficiente. Hemos visto cómo el Ejecutivo de la UE alcanzaba un acuerdo decidido para imponer sanciones económicas a Rusia, queremos la misma determinación y eficacia para apoyar los intereses de un sector estratégico como el hortofrutícola. Ojalá que los buenos propósitos de las administraciones a favor de la “diversificación” suscitados por “la crisis del veto ruso” nos acerquen a ese objetivo. De momento, desgraciadamente, estamos muy lejos del mismo y observamos que cada país depende de sí mismo para abrirse nuevos horizontes en la exportación.
Al mismo tiempo que echamos en falta una mayor implicación política de la UE a favor de nuestras posibilidades de exportar, salimos perjudicados cuando decide, en este caso sí, proteger (desproteger) nuestro mercado o plantaciones. Sin necesidad de remontarme demasiado en el tiempo y mirando solo a mi alrededor, me vienen a la cabeza dos ejemplos. El primero, cuando la Comisión minimiza (o pone en un segundo plano) el riesgo por la importación de cítricos de Sudáfrica contaminados con Black Spot, siendo incapaz de cerrar su frontera como medida preventiva, ni aún con un informe científico de la propia EFSA en la mano que lo aconsejaba. El segundo, la negociación del mecanismo de Precios de Entrada, el cual, después de haber sido reforzado durante la Reforma de la PAC tras años de reivindicaciones de los tomateros europeos, fue neutralizado mediante una modificación repentina que introdujo nuestro Comisario, por la puerta de atrás, al dictado del Reino de Marruecos…
No podremos diversificar nuestras exportaciones si seguimos jugando en el mercado internacional con una mano atada, con un gobierno comunitario que reparte en nombre de todos los EEMM generosidad sin límites para abrir nuestra frontera, pero que se inhibe cuando se trata de impulsar nuestras exportaciones. Esta asimetría en la negociación de las MSF y de las barreras no arancelarias es insostenible.
Iniciativas Defensivas. Próximamente, la Comisión tendrá la oportunidad de demostrar que “ahora va en serio”, en el marco de la reforma en curso de la normativa que regula el control fitosanitario de las importaciones de Frutas y Hortalizas la UE. La Directiva actualmente en vigor establece lo que se conoce como “sistema de lista negativa”: es decir, todos los productos FH pueden introducirse en la UE, a menos que exista una prohibición expresa. Este régimen es único en el mundo y contrasta -insisto- en la mecánica seguida por el resto de países que imponen a los exportadores europeos el principio de “lista positiva”, según el cual se obliga para cada destinatario y producto, a que el gobierno del país de origen (y no el de la UE) negocie, uno a uno, lo que se puede exportar y en qué condiciones. Negociaciones muy caras, larguísimas, encorsetadas, que cuando culminan (si es que lo hacen) imponen unas condiciones desproporcionadas, poco realistas y a pagar por el sector (sistemas de control impracticables, imposición de condiciones de transporte, tratamientos frigoríficos, inspectores fitosanitarios del país de destino en origen pagadas por el exportador…). La Comagri del Parlamento Europeo puso encima de la mesa una propuesta en primavera: la UE debe instaurar un sistema de protección en frontera ante importaciones basado en una “lista positiva”. Este cambio es imprescindible, especialmente para los terceros países que ofrecen un riesgo fitosanitario constatado y para los que mantienen sus MSF artificiales, mientras las mantengan. Y ello por dos motivos. Primero y más importante, por prevención: para salvaguardar la seguridad sanitaria de nuestras plantaciones y evitar el riesgo de entrada y contagio de nuevas plagas. Segundo, para defender el principio de reciprocidad y permitir una negociación equilibrada de MSF. No estamos hablando de cerrar nuestra frontera: el nuevo sistema se podría poner en marcha paulatinamente y teniendo en cuenta la seguridad fitosanitaria de las importaciones tradicionales a la UE. Estamos hablando de aplicar los principios de precaución y de reciprocidad en las relaciones comerciales internacionales que conciernen al sector hortofrutícola; principios que, por cierto, la UE ya aplica sin ningún titubeo a favor de los sectores ganaderos…