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Alimentación

Quimiofobia y «marketing del miedo»

El miedo a los productos químicos es una gran "estrategia de marketing" utilizada por la industria agroalimentaria.

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Autor: José Miguel Mulet

La estrategia consiste en asustarte diciendo que nos están envenenando con las «porquerías» que ponen en la comida para acto seguido venderte su producto que, por supuesto, es natural. Uno de los argumentos recurrentes es que los restos de fitosanitarios que quedan en la comida pueden suponer un problema para la salud, por lo que hay que comer comida ecológica o sin fitosanitarios (no son términos sinónimos).

¿Es cierto? El volumen de población es suficientemente elevado como para hacer un estudio en condiciones. Si nos estamos «envenenando», lo sabremos, ¿no? Pues lo cierto es que la esperanza de vida sigue subiendo y España goza de la segunda del mundo en mujeres y la quinta en hombres. Este aumento puede tener la consecuencia negativa de que aumenten enfermedades asociadas con la edad, como puede ser el cáncer. Pero tampoco, según indicaba el último informe de la Sociedad Española de Oncología Médica (SEOM), la mortalidad por cáncer está bajando porque la gente deja de fumar, se protege cuando toma el sol, y han mejorado las técnicas que permiten un diagnóstico precoz y un tratamiento más efectivo.

Por lo tanto, ¿debemos de preocuparnos por los restos de fitosanitarios en la comida?

En el año 2013, la European Food Safety Authority (EFSA) publicó los resultados de un estudio a gran escala en el que ha buscado restos y residuos de fitosanitarios en la comida que llega a la mesa de los europeos. El resultado es claro. La comida es segura.

Resumiendo, se podría decir que el 97,4% de las muestras contenían los residuos dentro de los límites. Los producidos dentro de la UE presentan un cumplimento de las normas mucho mayor que los importados: 1,4% frente al 5,7%. La conclusión general del estudio, según la EFSA, es que no hay ningún problema de salud por una exposición a largo plazo a estas sustancias porque están muy por debajo del límite de peligrosidad.

En el 2017, un estudio llevado a cabo en Dinamarca comparaba el nivel de exposición a sustancias cancerígenas de un ciudadano que consumiera comida convencional comprada en un supermercado. El resultado fue que la exposición a productos cancerígenos que sufría era equivalente a beber media copa de vino cada siete años, es decir, nada. En el año 1990 un estudio clásico de Bruce Ames ya demostró que la mayoría de las sustancias peligrosas y cancerígenas a las que estamos expuestos a lo largo del día son en su mayoría de origen natural.

Tratar de vender un producto alegando que los productos convencionales nos están envenenando, es asustar gratuitamente y apelar al «marketing del miedo».

Lo que parece que no ha interiorizado la ciudadanía es que cuando se utiliza un agroquímico o un fitosanitario no se hace por gusto. Para el agricultor representa un gasto y un trabajo. ¿Y entonces por qué se hace? Pues muy fácil, porque si no las plagas acabarían con la cosecha. Curiosamente lo que indican todos los estudios es que tenemos más problemas relacionados con los insecticidas en el entorno urbano que en el campo.

En el campo cualquier producto tiene que aplicarse con un control muy estricto , en cambio, en una casa, ¿qué hacemos cuando el niño viene con piojos del colegio o cuando aparece una cucaracha en la alacena?

Pues vamos a la farmacia o al supermercado y compramos el producto más potente que tengan. Si la dosis dice que es de dos medidas, ponemos tres, y así los matará más muertos, y si el tratamiento dice que es de tres semanas, pero a la semana ya no le pica la cabeza, se lo dejamos de aplicar, con lo que aparecen más resistencias.

En el campo, con las normas de control y los estrictos reglamentos existentes, se utilizan las dosis adecuadas en el momento adecuado, y se aplican todas las medidas para que nada llegue al plato, y esto es lo que dicen todos los análisis que continuamente se hacen.

De hecho, otro de los problemas del campo europeo es que cada vez hay menos fitosanitarios autorizados, en cambio sí que se pueden utilizar fuera de la Unión Europea y luego importarse si los residuos están dentro de los límites legales. Por eso, y dada la situación actual, el hecho de que un nuevo fungicida como Dagonis® cuente con autorización en muchos cultivos, viene a ofrecer soluciones para un problema acuciante para el que hay pocas herramientas.

No os dejéis engañar, la comida es segura.

Fuente: BASF AGROEspaña

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