El diferencial ecológico: sustentabilidad, rentabilidad y honestidad
Juana Labrador Moreno, doctora en Biología y profesora de Agroecología en la Escuela de Ingenierías Agrarias de la Universidad de Extremadura.
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La producción ecológica es el sector con mayor dinamismo y expectativas de crecimiento de la cadena agroalimentaria, no solo por sus implicaciones sobre la calidad de los alimentos, el bienestar animal y la conservación del medio ambiente, sino también por los múltiples beneficios sociales que se suman a la gestión técnica.
La agroecología es la ciencia inspiradora de este modelo, responsable de una parte importante de ese diferencial que mantiene con otros modelos productivos. Como ciencia, estudia la dinámica agrosistémica para alcanzar un equilibrio entre productividad y resiliencia. Como modelo de usos, diseña sistemas agrícolas sustentables que recuperan el conocimiento tradicional exitoso, optimizan la producción y conservan los recursos productivos, llevando a cabo un modelo de gestión climáticamente inteligente. Como movimiento social, persigue papeles multifuncionales para la agricultura, promueve la ética, la justicia y la igualdad de género, nutre la identidad y la cultura local y refuerza la viabilidad económica del territorio.
A nivel técnico, la producción ecológica se sustenta en el manejo de suelos vivos capaces de integrar fertilidad, producción y conservación y en el diseño de sistemas productivos basados en la biodiversidad del hábitat. El equilibrio entre ambos tendrá repercusiones en la calidad del suelo y en la salud del cultivo, facilitando la prevención o un control más asumible de plagas y enfermedades.
El manejo ecológico es una fuente de oportunidades de bajo costo para mitigar los efectos de la variabilidad climática, cosechando el carbono atmosférico a través de la biomasa y del suelo, mitigando la generación de GEIs y generando una mayor adaptación y capacidad de respuesta de las comunidades y de los agrosistemas.
El manejo ecológico no termina en los límites de la finca integrando el componente territorial. El mosaico de cultivos que forman el paisaje rural cultivado y natural; la diversidad genética de lo autóctono mostrada en variedades y razas; la recuperación de tradiciones y saberes gastronómicos y productivos; la autosuficiencia de la arquitectura local recuperada en casas, acequias y construcciones ganaderas fomenta una diversidad de usos y de economías generadoras de soberanía alimentaria frente a escenarios políticos y climáticos cambiantes.
La producción y la industria ecológica local son una fuente de esperanza para la población rural más vulnerable. Permiten a la juventud rural vincularse a su medio como forma de progreso social facilitando un relevo generacional, en un contexto de reivindicación de las igualdades entre géneros y de creciente revalorización de la ruralidad funcional y del potencial de la naturaleza cultivada. La producción ecológica juega un papel importante en la sustentabilidad de los sistemas alimentarios locales, sobre todo en productos frescos perecederos, creando espacios nutricionales urbanos y rurales más autosuficientes, colaborativos y generadores de una economía creativa.
Es evidente que la producción ecológica va más allá de la mera sustitución de insumos, va más allá de un mercado para productos de calidad o de ser la base de un turismo verde; supone un cambio de paradigma científico y ético enfocado a lograr un sector agroalimentario sustentable, rentable y equitativo.