Comer saber o saber comer. II Parte
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Sin duda alguna todos los actores de la producción y distribución alimentaria se están ocupando de ser más eficientes en su actividad, consumir menos recursos, generan el menor impacto ambiental y en términos generales demostrar que asumen mayor responsabilidad y compromisos en el desarrollo de su actividad tanto con el medio ambiente, como con los trabajadores y los consumidores y casi todos quieren comunicarlo, les preocupa su imagen y la percepción del consumidor. Y en ese sentido la existencia de una marca de calidad que contenga estos mensajes es especialmente relevante puesto que el avance hacia la evaluación y parametrización de todos estos componentes es de por sí arduo y requerirá de un esfuerzo constante de todos los miembros de la cadena alimentaria para hacer que esa información compleja y de naturaleza tan diversa, se pueda integrar en un mensaje comprensible y familiar para los consumidores de modo que éstos le confieran valor.
Pero es que basta con hacer una sencilla búsqueda en internet con los términos “agricultura sin residuos” o “residuo cero”, para encontrarnos con una miríada de entradas que nos hablan de los esfuerzos y los desarrollos que están llevando a cabo todas las empresas del sector desde los productores de insumos pasando por los fabricantes de maquinaria y herramientas hasta los propios agricultores así como los transportistas y distribuidores, incluso hay ayuntamientos que han incluido en las funciones de su concejalía de agricultura la transición a la agricultura “sin residuos” dentro de su término municipal. Todo el mundo quiere mostrar su preocupación y compromiso aunque a veces la información pueda llegar a ser ambigua o confusa. Luego entonces parece que un reglamento es necesario y que establecer un sistema común, unas reglas del juego, permitirá a la mayoría competir en igualdad de condiciones y empezar a separar el grano de la paja. Ya en otras ocasiones se han visto casos en los que ante una abundancia de mensajes y reclamos, el establecimiento de una normativa, sea pública o privada, permite mantener una legítima competencia y una sana equidad en la transmisión de los mensajes. Porque precisamente en el mercado actual los reglamentos voluntarios y las marcas privadas de calidad vienen a rellenar esos huecos que pueda dejar la legislación y a reforzar aquellos mensajes que quizá en la normativa no son tan importantes pero en cuestiones de mercado sí que lo pueden ser. Por lo que viene bien tener un reglamento que empiece por estandarizar los términos, definir competencias, sentar las bases para una formación normalizada, establecer unos criterios de cumplimiento y sobre todo conseguir que en torno a él participen los diferentes actores de la industria para que se convierta en un organismo representativo y participativo, que satisfaga las necesidades del sector y evolucione con él.