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Europa y la hortofruticultura en el futuro. DAVID DEL PINO

David del Pino, International Consultant and Speaker.

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La noticia más importante para el futuro de la Humanidad es repetida por múltiples instituciones a nivel mundial. Según las estimaciones de diversos estudios, en los próximos 40-50 años, será necesario producir más alimentos que en el acumulado de los últimos 10.000 años, y no parece que sepamos cómo hacerlo. Y esto es así porque la población mundial aumentará en un 60% de aquí a 2050.

Hasta ahora, habíamos evitado el desastre amparándonos en el modelo de la ‘Revolución Verde’. Los avances biotecnológicos que nos proporcionó, reforzados por la mecanización agraria, los agroquímicos, el comercio y la intensificación del uso de la tierra con la utilización del agua nos han llevado a una reducción histórica de la pobreza extrema.
Hay una oleada de inversiones e investigación que persiguen repetir el milagroso esquema de esa revolución. Sin embargo, otras muchas cosas están sucediendo: acaparamiento de tierras de cultivo, control de inputs agrícolas esenciales, creación de fondos de inversión multimillonarios para el negocio agrícola…

Durante las últimas décadas, se ha producido un importante cambio en la agricultura, que ha pasado de un crecimiento basado en los recursos a otro basado en la productividad. Es decir, que, en lugar de aumentar la producción agrícola mediante el incremento de la cantidad de tierra, agua y el uso de insumos, la mayor parte del crecimiento actual proviene del aumento de la productividad total de los factores de producción. Dicho de otro modo, los avances son el fruto de la eficiencia con la que se combinan estos insumos para producir mediante el uso de tecnologías y prácticas mejoradas.

Pero el ritmo de este crecimiento, basado principalmente en la eficiencia productiva, no parece ser capaz de contener las necesidades derivadas del aumento previsto de la población. Y si la intensificación del uso de los recursos no es la solución, ya que son finitos, ¿qué podemos hacer?
Mientras tanto, las autoridades europeas están diseñando la nueva PAC (Política Agraria Común) con un gran nuevo condicionante: su supeditación al Pacto Verde Europeo (European Green Deal). Es decir, que los objetivos tradicionales de la PAC (alimentos sanos, abundantes y baratos, y mantenimiento de la renta agraria) se han de conseguir mediante unos requisitos previos: los objetivos medioambientales de Europa.

En marzo de 2020, se desvelaba finalmente la hoja de ruta de la Comisión Europea (CE) para este profundo cambio estratégico mediante lo que han dado en llamar estrategia ‘From Farm to Fork’, que incluye objetivos a cumplir hasta 2030 como la reducción del uso de pesticidas del 50% o del uso de fertilizantes en un 20%. Si, tal y como veíamos, la intensificación de los factores de producción ha limitado su aporte al incremento de productividad agrícola a escala mundial, ¿cómo va a conseguir la agricultura europea subsistir restringiendo el uso, en porcentajes enormes, de estos propios factores de producción?

«Europa afronta el futuro de su sector hortofrutícola con importantes y autoinfligidas restricciones estratégicas»

Honestamente, no tengo una respuesta satisfactoria para la pregunta anterior. Parece que estamos abocados a confiar en que la maravillosa inventiva humana permita crear ese capital de conocimiento que nos lleve a nuevas ideas y tecnologías. Pero aún en este acto de fe en el futuro, Europa se ha quedado voluntariamente fuera del desarrollo legal de soluciones biotecnológicas basadas en los OGM (Organismos Genéticamente Modificados) o en la edición genética (basada en CRISPR o similar). Europa afronta el futuro de su sector hortofrutícola con importantes y autoinfligidas restricciones estratégicas. El posible camino de desarrollo y evolución del sector europeo es tan radicalmente diferente al resto del mundo que pone en cuestión su propia supervivencia. En nuestro entorno, la intensificación de factores para aumentar productividad está comprometida por los condicionantes medioambientales de la PAC, y la solución biotecnológica, por el principio de prudencia del legislador.

Nos queda aferrarnos a un dinámico sector con una capacidad enorme de adopción de innovaciones y a la posibilidad de colaborar en la cadena de valor para buscar la multiplicidad de eficiencias compartidas, así como a la enorme palanca financiera propiciada por los fondos europeos que, eso sí, deben cumplir los dos primeros condicionantes.

Estas son las reglas del juego que parece que tenemos que afrontar en los años venideros y deberemos analizar sus consecuencias en base a las posibilidades de supervivencia de la empresa hortofrutícola, es decir, desde su rentabilidad. También quedará apelar al compromiso de los consumidores europeos con sus agricultores y al valor de las soluciones locales, flexibles y rápidas en un entorno de apertura a la globalización. En cualquier caso, nos tocará, hoy más que nunca, saber diagnosticar y adoptar soluciones para sobrevivir en este choque de realidades.

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