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El veto ruso o lluvia sobre mojado

Clara E. Aguilera. Vicepresidenta de la Comisión de Agricultura y Desarrollo Rural del Parlamento Europeo.

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No recuerdo la canción del verano de 2014 pero sí el mazazo que en agosto nos produjo la decisión de que la Federación Rusa no iba a permitir la entrada de productos agroalimentarios de países de la UE tras la crisis política con Ucrania.

La Comisión reaccionó, aunque tarde para la fruta de hueso, con cierta agilidad mediante la aplicación de medidas excepcionales de apoyo sólo retrasadas por los abusos de algún Estado Miembro en la solicitud de las mismas.

Como el sector se temía, el problema continúa. De momento, se ha conseguido prolongar la aplicación de las ayudas, aunque manteniendo el mismo presupuesto y sin cubrir todas las producciones afectadas.

Pero permítanme que en esta ocasión no hable de las medidas propuestas por la Comisión y me centre en un viejo problema que el veto ruso vuelve a poner en evidencia: la falta de reciprocidad en los intercambios comerciales con terceros países y la desaparición de la preferencia comunitaria.

Para acceder a nuestro gran mercado único, Europa negocia cantidades y aranceles para las producciones del país tercero objeto del acuerdo comercial de turno. A partir de ahí, cada Estado Miembro queda prácticamente a su suerte para conseguir que sus productos recorran el camino inverso. Algo que sólo se consigue con tiempo y dedicación de las administraciones públicas y, sobre todo, con la iniciativa privada.

Frente a la apertura y facilidades que ofrece la UE, nuestros exportadores están obligados a respetar unos estrictos Protocolos de Importación que dificultan en extremo la posibilidad de colocarnos en otros mercados de los que sí recibimos productos sin mayor problema.

A modo de ejemplo, EE.UU. y Corea del Sur exigen a los exportadores europeos la inspección, realizada por sus autoridades y costeada por nuestros productores, de cada contenedor procedente de Europa. Cualquier llegada hortofrutícola europea al mercado norteamericano debe realizarse por un solo puerto: Filadelfia, en el caso de Norteamérica. Países como Chile, Perú, Méjico o Sudáfrica acceden libremente a nuestros mercados mientras que los europeos siguen negociando para acceder a los suyos.

El caso de Sudáfrica llama especialmente la atención porque no sólo accede a nuestros mercados sino que los pone en riesgo fitosanitario como se ha visto con las repetidas interceptaciones de la Mancha Negra en los cítricos procedentes de este país y la pasividad de la Comisión ante el problema.

Nada de esto es nuevo para el lector de esta revista. Lo que sí quiero poner de relieve, enlazando con los efectos colaterales del veto ruso, es la necesidad de una actitud proactiva y no de mera coordinación de la política comercial que debemos exigir de la Comisión Europea. Mucho se habló en otoño de la necesidad de buscar mercados alternativos al ruso, pero los resultados hasta el momento han sido nulos.

Si la Comisión no ve suficientes señales de alarma para enderezar la situación e impedir mayor saturación del mercado interno con medidas de comercio exterior, tendrá que seguir atenuando impactos a cargo del presupuesto europeo.

 

 

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